28 abr 2015

Red Beard en directo, ¡soberbio!

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Siempre asocié la música Country al mundo rural norteamericano, a los Estados Unidos profundos y reconozco que nunca le concedí una oportunidad. No sé, era música folclórica, estaba fuera de lo que era mi universo musical, pero esto cambió por culpa de Internet.

En un foro yanqui en el que vengo participando desde hace años, había tres o cuatro sureños enamorados de este estilo musical que poco a poco me fueron recomendando grupos y solistas que terminaron por engancharme. Y aunque no soy experto, ya sé lo que me gusta y lo que no.

Sin embargo, la posibilidad de escuchar una banda de música Country en directo se me reveló pronto muy complicada. Siendo una música de tan escasa difusión por estas latitudes y sumándole los elevados costes derivados de nuestra insularidad ¿qué promotor iba a atreverse a arriesgar su dinero para contratar una?

Total, que a principios de la semana pasada, leyendo un periódico digital, me encontré una foto en la que aparecía un tipo con sombrero y barba pelirroja, acompañado de otros cuatro elementos. En el titular se leía “Red Beard presenta en el teatro Guiniguada su álbum de country y blues, Nobody’s Gonna Bring Me Down.”

Aquel tipo de la barba roja tenía una pinta de yanqui del quince y los otros cuatro, pues……..di por hecho que también lo serían, así que lo primero que hice fue entrar en Youtube a buscar algunas de sus canciones. Me bastó con escuchar una o dos para casi decidirme a comprar la entrada. Por entonces aún pensaba que esta banda venía del extranjero, a lo mejor de los EEUU, -cantaban en perfecto inglés- pero veo que uno de los vídeos colgados en Internet es de una entrevista en la Televisión Autonómica….……….¡¡¡de Canarias!!!! Pinché inmediatamente y cuando escucho hablar al de la barba roja, resulta que no es guiri, ¡el tipo habla como nosotros, con nuestro acento!….¡¡¡Red Beard es una banda de country de Las Palmas de Gran Canaria!!! Me quedé asombrado y todas las excusas, dificultades y pegas que encuentro habitualmente para justificar no romper mi rutina diaria y no salir de mi casa entre semana, desaparecieron de pronto. No me podía perder a los “Red Beard”.

Aparqué la moto en el Mercado de Vegueta sobre las 20:00 horas y yendo en dirección al Teatro Guiniguada por la calle de La Pelota, me crucé a Jaime Jiménez con su barba roja y su sombrero.

El concierto, previsto para las 20:30, comenzó con cinco insignificantes minutos de retraso.

“Read Beard” hizo su entrada en el escenario bajo una tenue iluminación. Alba Cabero al violonchelo, Álvaro Betancor al violín, Juanma Barroso al bajo, Marco Valero a la guitarra eléctrica y Jaime Jiménez, guitarra acústica y vocalista.

El concierto me encantó. Mantuvo mi atención en todo momento superando mis expectativas con creces al punto que, por primera vez en mi vida, me vi obligado a comprar el CD al final del espectáculo.

“Red Beard” ofrece un directo potente, redondo, convincente, cargado de una fuerza que hizo rebosar al Guiniguada de un country fresco, personal y elegantemente delicioso que conquistó al no muy numeroso público asistente desde el primer tema que interpretaron.

El tono de voz de Jaime Jiménez, cálido y profundo en unas ocasiones, enérgico y cargado de feeling en otras, junto a la ausencia de acento español de su pronunciación inglesa y a un timbre nasal que me sonaba típicamente norteamericano, me llevó a preguntarme si estaba en Vegueta escuchando en vivo a un grupo yanqui o sentado en un bar en Nashville, Tennesse viendo en directo a una banda local. Su manejo del slide y su dominio de la guitarra acústica, se complementaba a la perfección con la eléctrica y el banjo de Valero, confiriendo al sonido del grupo presencia, cuerpo y una solidez tonal que se veía reforzada por el bajo contundente de Juanma Barroso y por la atmósfera country que la sonoridad del violonchelo de Alba Cabero y del violín de Álvaro Betancor aportan al grupo.

Me gustó mucho Marco Valero a la guitarra. Los matices que sacaba de aquellas dos Telecaster, juraría que ambas semi-huecas, me parecieron exquisitos. Con un fraseo sobrio, equilibrado, aderezado con deliciosos riff y armónicos limpios y brillantes, todo envuelto por el típico sonido Fender, mantenía la tensión argumental de los temas que iban ejecutando no permitiéndome distracción alguna. Magnífico también su trabajo con el slide y el banjo.

“Red Beard” carece de baterista por lo que Juanma Barroso debía cubrir la sección rítmica de la banda que normalmente comparten bajo y batería. También me agradó bastante su ejecución, marcando la cadencia, manejando muy bien los silencios y no dejando escapar con su digitación ni una sola gota del tono compacto y sólido que destila el sonido de la banda en conjunto.

Finalmente, el violonchelo rítmico de Alba Cabero y los riffs que sacaba  Álvaro Betancor de su violín, terminaban de completar esa identidad de la banda, ese tono característico y propio de la música country del que Red Beard es un soberbio exponente.

En fin, que salí del Teatro Guiniguada encantando con el concierto, con la satisfacción de haber visto una banda de country de verdad en directo y encima, con el placer de saber que las toneladas de endorfinas que generó mi cerebro tras el magnífico espectáculo que acaba de presenciar, responde a un trabajo muy bien hecho por unos vecinos de mi ciudad.

El CD de “Red Beard” reproducido aleatoriamente en mi ordenador junto con la música de Shooter Jennings y la de su padre Wylon, con la de la saga de los Williams, Hank, el padre, Hank Junior, el hijo y Hank Williams III, el nieto, con la de David Allan Coe, con la de Dave Alvin, con la de Big Bill Broonzy……..,pasa como una más entre ellas. No se nota ni la más mínima diferencia entre el sonido, el estilo, el feeling, el ritmo, la pegada de Red Beard y el de los grupos y solistas citados anteriormente. Suenan exactamente igual de bien y crean la misma atmósfera que el resto de mis grupos country preferidos.

Esto de la música no es fácil, menos aún para nosotros que vivimos separados por agua con los costes que para una banda ello significa, pero la calidad este primer álbum de Red Beard me obliga a animarles encarecidamente a seguir por esta línea que han iniciado. Yo por mi parte ya estoy a la espera del próximo álbum, "Volumen II"

23 abr 2015

Perdidos y encontrados

Esta tarde he estado peleando con la configuración del blog y después de sudar la gota gorda y de estar sentado desde las cuatro menos diez, -ahora son las siete menos veinte-, he conseguido separar por etiquetas los distintos artículos que he ido subiendo con el tiempo. Mientras estaba con esto he ido haciendo algo de limpieza, borrando archivos vacíos y descubriendo artículos perididos desde hace años en mi disco duro que me pregunto cómo nunca los subí, por lo que voy a empezar a hacerlo. Más vale tarde que nunca
Este es del año 2009. Ahí va
 


El viernes 3 de abril, le tocó el turno a Larry Carlton.
Lugar: el Paraninfo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Hora: 21:00

Después de la completa decepción con Al Dimeola, tenía puestas muchas esperanzas en este concierto de Mr. 335, como es conocido Larry Carlton. La 335 es una de las guitarras legendarias de la marca norteamericana Gibson y, por supuesto, uno de los instrumentos que me gustaría tener para mí, pero su estratosférico precio –incluso de segunda mano- la pone fuera de mi humilde alcance.

El Paraninfo no es el Auditorio Alfredo Kraus y el hecho de ser bastante más pequeño, ya otorgaba al espectáculo una cierta atmósfera, un peculiar e íntimo aire de reunión de amigos, que como siempre he creído, se hace casi indispensable en un concierto de jazz. La flor y nata de los guitarristas locales estaban allí.

El concierto comenzó con bastante puntualidad. Larry Carlton apareció -él sólo- sobre el escenario, con su, como decía Gibson 335 colgada al hombro y se dirigió al publico comentando que, como había cumplido años el pasado mes de Marzo, el primer tema iba a ser “Cumpleaños Feliz”. ¡La ejecución del Happy Birthday, nos dejó boquiabiertos desde ese instante!. ¡Qué versión más delicada! Jamás había escuchado un cumpleaños feliz como aquel. Muy lento y pausado, con la melodía deliciosamente solapada detrás de arpegios, harmónicos y acordes, arreglados de una forma soberbia, elegante, exquisita. Cuando terminó este primer tema pensé para mí “¡que le den por......a Al Dimeola!” Carlton me había transmitido más pasión en aquellos tres o cuatro minutos que duró la primera canción, que Dimeola en una hora y media.

La 335 sonaba simplemente maravillosa, con esos matices gordos, mates, con cuerpo, característicos de una Gibson con un calibre 0.10 montado, reforzados con más color aún cuando Carlton cerró el potenciómetro del tono, para sacarle a la guitarra un sonido todavía más grave, más carnoso y denso. Desde el primerísimo rasgueo del primerísimo tema, tuve que asumir que el concierto iba a ser de “fuera de este mundo” y me acomodé en la butaca a la espera de lo que se me venía encima.

Escuchamos un jazz rebosante de sensibilidad y de matices y escuchamos blues cargados de sentimiento y delicadeza, con un Larry Carlton que nos enseñó que la técnica llevada a su extremo máximo, no tiene por qué estar reñida con el lirismo, con la inspiración, con la dulzura, con, en definitiva, el buen hacer musical, que necesariamente y por supuesto exige al músico una técnica depurada, pero que además requiere una combinación de algo más, algo trascendente que de alguna manera excede la simple ejecución que éste realiza, para colarse dentro del escuchante para conquistarlo y emocionarlo.

La estructuración del concierto me gustó mucho, me pareció muy original, pensada con bastante sentido común. Además me resultó valiente el hecho de afrontar el concierto con una formación de bajo guitarra y batería, únicamente.

Larry Carlton interpretó tres o cuatro temas él sólo, sin acompañamiento de ningún tipo, dejando al auditorio noqueado en sus butacas con su estilo personal, limpio, puro, sin estridencias ni trucos espectaculares con los que impresionar a la audiencia, utilizando únicamente el despliegue soberbio de belleza que destila con la guitarra en sus directos, para a continuación hacer entrar al bajista Travis Carlton, su hijo, con el que realizó varias piezas más, para finalmente, dar paso al batería, Gene Coye. El concierto estuvo marcado por una intensidad sobresaliente que fue “in crescendo” a medida que éste avanzaba.

El guitarrista californiano tenía enchufada su guitarra a dos Twin Reverb de Fender, usando muy pocos efectos, deleitándonos casi todo el concierto con un sonido limpio, sin efectos y juraría que solo usó saturación muy al final del recital, a la que unió un wah-wah y un pedal de volumen.

Carlton, con un fraseo grandioso, lleno de matices, anegó la sala con soberbios riff, y rápidas escalas, pero también con otras variaciones, de ritmo mucho más pausado, lento, comedido, con bendings poderosos que hacían que te arrugases en la butaca de placer y que inundaron el recinto de Vegueta de una rebosante atmósfera jazzera que se apoderó por completo de la audiencia. Todo lo que eché en falta con Al Dimeola, me los ofreció con creces Larry Carlton. Pasión, arreglos cuidados e intimistas, feeling, tensión argumental en la ejecución de las canciones que, con una sensibilidad cargada de belleza, el californiano iba elevando, para parar de golpe con una pausa, un “hold” que dicen los de habla inglesa, y continuar hasta resolver el tema con perfección y eficacia. Al contrario que Al Dimeola, Carlton tocaba tanto con púa, como sin ella, fabricando arpegios de bellísima sonoridad, los cuales Dimeola, que usaba únicamente púa, no podía conseguir, privándonos del sonido distinto y diferenciado, que unos dedos expertos pueden arrancar a una guitarra.

Gene Coye, me impresionó desde el momento en que se sentó a la batería. ¡Qué sensibilidad! Tocaba como si hubiese nacido sabiendo hacerlo, como si no le costase trabajo usar las baquetas, acariciaba la batería con ellas y lo que al principio me resultó de una simplicidad expresiva sobresaliente, cuando ejecutó su solo, se convirtió en un portento espectacular, cargado de fuerza y discurso musical.
Travis Carlton, se nos presentó con un bajo de cinco cuerdas enchufado a dos pantallas Ampeg, -yo diría que eran 4x12- y se mantuvo apostado, durante todo el concierto, justo delante de ellas, como si necesitase tenerlas justo a su espalda para escucharse bien. Me comentaron que Carlton padre había sido mucho más que exigente con su hijo a la hora de manejar el bajo: lo consiguió con creces. Carlton hijo es un soberbio bajista.

Desde el inicio del concierto, sobre el escenario estaban las dos únicas guitarras que posee Larry Carlton: su 335 del 68 y su Valley Art Acústica del 84. De pronto uno de mis amigachos me dijo: “¿te has fijado quién ha entrado en el escenario y se ha llevado la acústica?” Ninguno nos dimos cuenta de cómo alguien de la organización había cogido la guitarra acústica para afinarla mientras Carlton usaba la Gibson, Carlton y su grupo nos habían hipnotizado.  Cuando miré el reloj……había pasado una hora y cuarto. El tiempo había volado sin que nos percatásemos de su paso.

¡Con qué magnifica sensación salimos del Paraninfo! 

Ya fuera, pues los múltiples comentarios de los asistentes, que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá, pero de todas las opiniones de los muy buenos guitarristas que había por allí, dos frases se me quedaron grabadas. Una “después de lo que he visto y escuchado a este hombre, todas mis guitarras las voy a guardar en la azotea, qué depresión”. La otra, “sí, sí Larry Calrton una pasada, pero los pibes que vienen con él al bajo y a la batería……….me dejaron sin habla”.

De allí nos fuimos a cenar y en la sobre mesa todos coincidimos que pasaría bastante tiempo antes de que tuviésemos ocasión de disfrutar de un espectáculo como el que habíamos vivido. No imaginábamos, pero ni de lejos, lo que nos reservaba Dianne Schuur la noche siguiente, sábado, en el Alfredo Kraus.


 

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