El pasado 2 de abril el periódico británico "The Economist" publicaba un artículo sobre Venezuela titulado "Encuentra las diferencias". Es un documento importante ahora que sabemos que Hugo Chávez ha estado intentando subvertir nuestro orden constitucional financiando a Podemos para “llevar la Revolución a España y luchar contra el capitalismo”.
Ahí va traducido.
Encuentra las diferencias. Siguiendo el modelo Mugabe
La
visita a un supermercado en Venezuela es como entrar en el skecth de la tienda
de quesos de Monty Python. "¿Tiene
leche?", el dependiente de la tienda niega con la cabeza. “¿Azúcar? No. ¿Café? No. ¿Jabón? No.
¿Harina de maíz? No. ¿Aceite de cocina? No. Pero vamos a ver, ¿tiene en venta
alguno de los productos que el gobierno considera tan esenciales, que fija sus
precios por debajo de lo que cuesta fabricarlos? No.”
Este es el “queso duro” del día a día para las
masas que hacen cola con la esperanza de que un camión llevando algo, cualquier
cosa, llegará. Yesenia, una señora de mediana edad de un pueblo cercano a
Caracas, se levantó a media noche, se subió a un autobús con dirección a la
capital, comenzó a hacer cola a las 3 am y todavía está allí a las 10h. "No es bueno estar aquí esperando de
pie, al sol, sin desayunar, sin agua” "¿A qué cree usted se debe esta
escasez tan severa?” "Mala administración".
Eso por decirlo suavemente. El gobierno
venezolano gasta como un padre que en Navidad ha bebido demasiado ponche de
huevo, subvencionándolo todo. Desde casas rurales a arroz. Y como no puede
pagar sus cuentas, sobre todo después del desplome del precio del petróleo,
pues imprime dinero.
Los cajeros automáticos en Caracas escupen
billetes nuevos con números de serie consecutivos. La última vez que este
corresponsal vio tal cosa fue en Zimbawe a principios de 2000. El FMI prevé que
la inflación alcanzará el 720% en Venezuela este año, una cifra que Zimbawe
alcanzó en 2006. En 2008 el país africano fue sacudido por una hiperinflación
tan grave, que hasta los mendigos rechazaban ofendidos los billetes de mil
millones de dólares de Zimbawe que les ofrecían.
¿Está Venezuela
en la senda de convertirse en Zimbawe? A pesar de que son culturalmente muy
diferentes, los paralelismos políticos existentes son presagio de mal agüero.
Ambos países han sufrido bajo carismáticos líderes revolucionarios. Robert
Mugabe ha gobernado Zimbawe desde 1980. Hugo Chávez dirigió Venezuela desde
1998 hasta su muerte en 2013. Su sucesor elegido a dedo, Nicolás Maduro,
continúa su política, aunque sin la destreza ni el carisma de Chávez o de
Mugabe.
Mugabe
requisó grandes granjas industriales sin compensación, destruyendo la industria
más grande de Zimbabwe. Chávez expropió las empresas por capricho,
transmitiéndolo a veces en directo por la televisión. Despidió a 20.000 trabajadores
de la empresa petrolera estatal, PDVSA, y los reemplazó con 100.000 leales a
menudo incompetentes, algunos de los cuales empleó para confeccionar camisetas
revolucionarias.
Mugabe
perdió un referéndum en 2000, pero manipuló la elección siguiente para mantener
a la oposición -más numerosa- fuera del poder. Los chavistas perdieron una
elección parlamentaria en diciembre, pero han utilizado su control de la
presidencia y la Corte Suprema para neutralizar a la –mayoritaria- oposición.
Mugabe
reclutó una milicia de gentuza formada por "veteranos de guerra" para
intimidar a sus oponentes. Chávez ha reclutado bandas de los barrios pobres,
conocidos como “colectivos”, para aterrorizar a los suyos. El 5 de marzo,
varios gángsters en motocicletas estuvieron rodeando la Asamblea Nacional
–controlada por la oposición- y terminaron pintando en sus paredes consignas a
favor del gobierno como “¡Chávez vive!”. Y la policía de pie, observando y
mirando.
Sin
embargo, la similitud fundamental entre los dos regímenes no reside en su común
actitud macarra, sino en su ineptitud económica. Ambos creen que a las fuerzas
del mercado se las puede llamar a la orden de ¡firmes! como a soldados en un
desfile. En ambos casos, los resultados son similares: escasez, inflación y desplome
de los niveles de vida.
Mugabe,
que al igual que los chavistas profesa gran preocupación por los pobres, reguló
los precios de varios productos de primera necesidad en la década de 2000 para
que fuesen "accesibles". Desaparecieron inmediatamente de los
estantes de los supermercados. Las subvenciones, que se supone deben hacer que
el control de precios funcione, a menudo han sido objeto de robo en ambos
países. Los proveedores, en lugar de vender los productos al precio oficial,
prefieren venderlos en el mercado negro.
Policía antidisturbios al por menor.
Ana,
una joven vendedora ambulante en Caracas, explica cómo funciona el sistema. Lleva
en la mano una bolsa de detergente que se supone debe ser vendido por 32
bolívares. Lo compró por 400 y lo venderá por 600. Su negocio es ilegal, pero
se lleva a cabo abiertamente en una plaza llena de gente. Cerca de allí, los
vendedores ambulantes llegados de zonas rurales regatean los pañales ilegales.
El viaje en autobús a Caracas es de 13 horas; vienen cada dos semanas.
En el exterior de un supermercado de propiedad estatal, una docena de guardias
nacionales equipados con chalecos antibalas, porras y gases lacrimógenos impiden
a una mujer embarazada la entrada. No es uno de los días de la semana que tiene
asignados para ir de compras, explican. (Te dan dos.) Los clientes deben
mostrar sus documentos de identidad para entrar en la tienda y sus huellas
digitales deben ser escaneadas antes de comprar la ración de productos de
precio controlado.
Sin
embargo, estas medidas no son rival para la ley de la oferta y la demanda.
Supongamos que usted está conduciendo un camión cisterna cargado con gasolina
subvencionada. Se puede vender la carga legalmente en Venezuela por $ 100 o
conducir a través de la frontera de Colombia y venderlo allí por $ 20.000. Los
problemas de pago con la policía de fronteras son fáciles de solucionar.
Por
otro lado, empresarios astutos encuentran maneras de evitar los controles de
precios sin violar la letra de la ley. Cuando el precio del pan quedó sometido
a regulación en Zimbawe, los panaderos agregaron frutas secas y lo llamaron
"pan de pasas", lo cual los colocaba fuera de la lista de productos
de precio controlado. Las empresas venezolanas han añadido ajo al arroz, el
llamado "arroz con ajo" y lo venden a precios no regulados.
Toda
estas leyes ridículas son las que están detrás de esta comedia amarga. Un jefe
de una empresa venezolana recuerda el momento en que se agotó el suministro de
papel higiénico. Llamó a un amigo que era propietario de una empresa de papel.
El amigo le dijo que no podía venderle ni un solo paquete, pero que le podría
vender un camión pequeño, de compañía a compañía. Costaba menos que el paquete
que había pedido inicialmente.
Mugabe
ha culpado durante mucho tiempo de los problemas económicos de su país a los
especuladores, a traidores, a los imperialistas y a los homosexuales. Maduro tiene
en su haber que no culpa a los homosexuales, pero insiste en que los
capitalistas locales y sus aliados estadounidenses están librando una
"guerra económica" en Venezuela. Esto es absurdo: en ambas economías,
los ataques han venido desde sus propios gobiernos.
Con el
tipo de cambio oficial más sobrevalorados, diez bolívares valen un dólar
americano. En el mercado negro, el mismo dólar obtiene 1.150 bolívares. Zimbawe
abandonó su moneda sin valor no mucho después de que la inflación mensual alcanzase
el 80 mil millones % en noviembre de 2008. Los zimbauenses ahora usan dólares
estadounidenses y otras monedas extranjeras. Los ingresos reales en Zimbawe se
redujeron en dos tercios entre 1980, cuando se hizo cargo de Mugabe, y 2008. Se
han recuperado parcialmente gracias a la dolarización y al desguace de algunas
de las idioteces políticas del anciano.
Para
Venezuela la lección es clara. Si se fracasa en el intento de conseguir un
modelo económico mejor que el de Mugabe, las cosas sólo van a empeorar. La
oposición venezolana está dispuesta a cambiar de rumbo. El despiste general del
Sr. Maduro les ofrece una oportunidad. Maduro confiesa que está abordando la
escasez criando él mismo sus propios pollos y lo mismo deberían hacer todos los
demás.