Al final me decidí por una Honda
Llevaba ya casi diez años
manejando una Vespa Iris 200 como esta que rendía a la perfección, muy adecuada
para la ciudad, poco costosa de mantener y reparar, con rueda de repuesto y con
la que casi nunca salí de excursión.
Tras años de felicidad con la
moto italiana, comencé a notar las carencias de la misma. Por un lado, las ruedas tenían un diámetro
demasiado pequeño por lo que un frenazo de emergencia resultaba peligroso, haciendo
que derrapara con facilidad aunque reconozco que llegué a controlar los
derrapes y hasta disfrutar con ellos. Por otro, los frenos tanto delanteros
como traseros eran de zapata y de tambor, como los de las bicicletas y también insuficientes.
Finalmente, salir de la ciudad para ir de excursión por la isla se hacía muy
cuesta arriba.
En 2006 cambié de moto por
primera vez. Recuerdo que un compañero me había dicho “cómprate la moto que te
guste, no la que te convenga” pero no le hice caso. Por aquel entonces yo solo
deseaba cambiar de moto con el menor coste posible y me dije que la que
comprase tenía que tener un precio inferior a los 6.000 euros. Estuve meses
buscando y comparando hasta que al final me decidí por la Kawasaki ER5 con un
precio de 4.590 euros. Era la motocicleta que me convenía.
El cambio de montura fue
espectacular. De un motor de dos tiempos a otro de cuatro. De los 10 caballos de la Vespa a los 49 de la Kawasaki. De
los 200cc de la italiana a los 500cc de la japonesa y aunque el freno trasero
de esta última seguía siendo de tambor, el delantero ya era de disco. Las
sensaciones fueron in crescendo desde el mismísimo día en el que la recogí en
el concesionario.
Recuerdo los nervios que pasé los
primeros momentos. La Kawasaki era ya una “moto grande” si bien la más pequeña
de las “motos grandes” en el mercado, pero en comparación con la Vespa era una
bomba. Por otro lado, su control y manejo me resultaban completamente
diferentes. Todo fueron sensaciones nuevas. Desde la aceleración a la frenada,
de la estabilidad en el paso por curva al cambio de marchas que en la italiana
se engranaban con la mano y en la japonesa con el pie y muy pronto, tras
hacerle el rodaje de los 1.000 kilómetros de rigor, empecé a salir con ella por
la isla los domingos.
Tengo que reconocer que la Kawasaki
solo me dio momentos de extrema felicidad. Es una moto robusta con un motor
irrompible. Para circular en ciudad es “la moto”. La Vespa también lo era pero
la Kawa rayaba a muchísima más altura en cuanto a prestaciones y versatilidad
en medio del tráfico urbano. No tenía rival para sortear vehículos ni para
colocarte en primera línea en los semáforos. Fuera de la ciudad era también
mucho más que suficiente. Llegaba a cualquier rincón de la isla sin
despeinarse.
Cada excursión los domingos me
proporcionaba un placer infinito y así estuve varios años. Saliendo solo desde
muy temprano, con la cámara a cuestas y parando por los distintos pueblos de la
isla para tirar fotos, mezclado con momentos de una circulación más “ligera” en
los que exprimía las marchas en las rectas para entrar aflojando acelerador en
las curvas, sacando de la moto la potencia que encerraba su motor de medio
litro. La Kawasaki fue la moto idónea para aprender a llevar las de mayor
cilindrada. Y entre muchas otras cosas me enseñó que hay dos mundos en la
conducción de motocicletas: uno por debajo de las 5.000 rpm y otro por encima.
Me costó unos cuantos años apreciar esta diferencia.
Y con ella estuve hasta el pasado
diciembre de 2022.
Llevaba ya algún tiempo pensando
en sustituirla casi por los mismos motivos que me llevaron a comprarla tras la
Vespa. El avance tecnológico operado en el mundo de las motos entre 2006 y 2022
era abismal.
La Kawasaki se había quedado
obsoleta. Las nuevas motos venían ahora equipadas con todo tipo de ayudas dirigidas
a elevar los niveles de seguridad de la conducción. Desde mecanismos que
permitían al usuario controlar la tracción y la entrega de potencia hasta
centralitas electrónicas que gestionaban el grado de inclinación de la moto
mientras se conducía. Sistemas de frenado ABS, pantallas TFT para un panel de
instrumentos digital que reflejaban una cantidad ingente de parámetros, muy
alejados de los estrictos velocímetro y cuenta revoluciones analógicos de la
Kawa y que junto con el indicador de gasolina y aceite constituían la única
información disponible. Los 49 caballos también se me habían hecho cortos
La experiencia con la Kawasaki
fue tan sobresaliente que lo primero que siempre tuve claro era que comprase la
que comprase, la moto tenía que ser una de las cuatro japonesas: Honda, Yamaha,
Kawasaki o Suzuki. La fiabilidad y durabilidad de las marcas niponas hace
muchísimos años que está fuera de toda duda. Ocurre como con los coches. Los
japoneses son los que menos acuden a taller. Ni BMW, ni Ducati, ni Aprilia, ni
Triumph podían, en mi opinión, compararse en aquellos aspectos con las japos.
La única marca europea que se acercaba bastante a ellas era la austriaca KTM
pero sus diseños no me gustaban nada.
Total que lo primero que hice
fue seleccionar los modelos que me interesaban de cada una de las cuatro marcas
partiendo de dos premisas. Una, tenía que ser una moto de entre 900 y 1000 cc.
¡No había tenido una 500 durante 16 años para comprarme una 650!. Otra, tenía
que tener como mínimo 100 caballos.
Me llevó algún tiempo y al final
me decidí. De las cuatro pude probar tres.
La primera fue la Kawasaki Z900, la más vendida en España en su segmento
La atención por parte del
personal del concesionario fue estupenda. Cuando me presenté para pedir cita me
dijeron “si quiere la puede probar ahora mismo” y yo que no iba preparado para
aquello, en cinco minutos, me vi subido en una imponente Kawa con 114 caballos
de potencia. Pedí que la configurasen para que entregara la mínima potencia
porque yo no estaba acostumbrado y me fui con ella por la ciudad. Fue perfecta
entre coches. No noté ninguna diferencia en este sentido respecto de la mía y
cuando tiré de acelerador me di cuenta de que aquello era potencia de verdad,
pero……. subirme y bajarme de ella me costó. La elevación del colín trasero de
la moto era un problema. La descarté inmediatamente.
Una semana más tarde le toco el
turno a la Yamaha MT-09 SP y ahí tuve que pedir una cita que me dieron para 10
días después.
El personal muy amable pero me quedé con la impresión de que o no querían vender o que sus niveles de ventas eran tan grandes que no les importaba. Solo me pusieron pegas. Que si los precios iban a subir, que si el concesionario llevaba años soportando un gasto que no le correspondía, que no tenían en stock modelos como el que yo quería, que si dejaba una señal para pedir una y cuando llegara la moto el precio había subido, tendría que pagarlo al nuevo precio y “si no estuviera usted de acuerdo le devolveríamos la señal”…….total que llegó el día y me subí en la Yamaha MT09 SP de 120 caballos. También pedí que me la dieran con la mínima potencia. Al contario que las otras tres, la Yamaha era una tricilíndrica. Me sentí muy bien y cómodo con ella, pero en un descuido que tuve con el acelerador, hizo un amago de levantar la rueda delantera y me asusté. El motor era rabioso a más no poder, extremo que confirmé por las curvas de la Tropical cuando subí por la carretera vieja a Tafira. Me gustó muchísimo pero cuando fui a probar entrarla en casa el miedo a rozarla me hizo desistir; la anchura total de la moto hacía que entrase muy ajustada por la puerta y dí por hecho que uno de los comerciales de Yamaha, que era propietario de un modelo igual, se acercaría hasta casa que estaba a cinco minutos del concesionario y al estar habituado a ella pudiera entrarla él mismo pero una nueva pega se interponía entre la Yamaha y yo. “No puedo ausentarme de mi puesto de trabajo”, “la oficina no puede quedarse sola”, cuando yo veía que junto a él había dos o tres comerciales mas en las dependencias, "¿no hay garajes por su domicilio?" o "a lo mejor debería ampliar su puerta" . Tuve que descartar la Yamaha. Si eran así de raros para vender una moto que costaba mas de 12 mil euros, no quería ni pensar cómo serían a la hora de tener que venir a repararla o a realizar tareas de mantenimiento.
En aquella misma semana había
quedado también con el comercial del concesionario Suzuki. Fue el más amable de
todos con diferencia. Cuando le comenté lo de la anchura de mi puerta, no dudó
un segundo, “no se preocupe, yo voy con usted a su casa y yo meto la moto en su
patio” aunque también hubo otro “pero”.
La Suzuki que yo quería probar
era GSX-S-1000 pero acababa de llegar al concesionario el espectacular modelo
GSX-S-1000-GT
Estas siglas GT significan “Gran
Turismo”. Ambos modelos comparten el mismo motor, idéntica potencia, iguales
características técnicas y ayudas a la conducción y la única diferencia
radicaba en que esta última, al estar pensada para viajes largos, tenía
carenado, un sillín más ancho tanto para conductor como pasajero y dos
centímetros más de ancho. El comercial insistió en que probara la GT pero le
dije que mi conducción era urbana en un 95% y que lo de viajar en moto era algo
que no entraba en mis previsiones. Aún así quedó en que el día de la cita las
probaríamos las dos. “Vamos a su casa, usted llevando la GT y yo la otra y
probamos a entrarlas las dos en su patio”. Y el día llegó pero,….. para probar
solo estaba el modelo GT. Pregunté por el modelo en el que estaba de verdad
interesado pero solo escuché excusas y me fui conduciendo la GT. ¡Menuda
maravilla! Fue una delicia. Todo me gustó. La suavidad del cambio, las ayudas
del embrague para arrancar en primera, los frenos, la anchura de la rueda
trasera que a pesar del carenado permitían “tumbar” sin miedo. La
aceleración………era la que más me había gustado sin ningún género de dudas hasta
ese momento pero cuando el comercial fue a entrar la moto en mi casa…….., se le
caló cinco veces antes de lograr meterla. Para sacarla otro lío de maniobras.
La descarté. Cuando llegamos de vuelta al concesionario ya yo estaba decidido
por la Suzuki sin carenado. Le pedí al comercial que me hiciera un presupuesto.
Noté que seguía emperrado en que comprase el modelo GT y fue tanta la insistencia
que le dije que me hiciera presupuesto por cada modelo, si bien yo quería
probar el que quería comprar. “No se preocupe. La semana que viene le llamo y
aquí tendré preparada la que usted quiere”.
La llamada de Suzuki no llegaba y
en esa misma semana me dio por entrar en el concesionario de Honda. Era la
marca que menos posibilidades tuvo nunca en mi lista de deseos. Era la última
en la que estaba interesado. En enero de 2022 había estado por allí y me había
subido en la CB1000R Black Edition y recuerdo que me había gustado bastante y
allí seguía cuando volví a dejarme caer por el concesionario. Me fijé y resultó
que la Honda era la más estrecha de todas por lo que no habría mucho problema
para entrarla en mi casa. Ni era la más potente de las cuatro, ni la que más
tecnología incorporaba, pero desde luego, era la más elegante. Pedí probarla y
me dijeron que no tenían modelos de prueba. Tres días más tarde volví ya con mi
mujer y mi hija como apoyo “logístico” y sin probarla, me decidí por ella.
El 16 de diciembre de 2022 me la
entregaron y desde entonces vivo en el paraíso