Ayer, 29 de septiembre de 2010, día en el que las centrales sindicales mayoritarias habían convocado una huelga general en España, fui a trabajar como un día normal.
Con independencia de cualquier consideración subjetiva, la participación en dicho paro parecía lógica y coherente después de lo ocurrido en nuestro país en el último año.
¿Y qué es lo que ha ocurrido para que hayamos llegado a una convocatoria de huelga general?
Pues por un lado, nada menos que el mayor recorte de derechos de los trabajadores que hemos visto desde 1978. Jamás en la Historia de nuestra democracia se había perpetrado un ataque tan directo, severo y categórico a los derechos adquiridos de los trabajadores, como el que ha sufrido una parte muy importante de nuestra población activa: los empleados públicos. Habían soportado congelaciones en sus salarios por años, pero nunca, se habían adoptado medidas tan graves como la de recortar el 5% del salario a ningún trabajador.
Por otro, una reforma del mercado laboral que se ha traducido en meras medidas cosméticas, de escasa efectividad a la hora de crear empleo, y en el abaratamiento del despido fundamentalmente, esto es, más recorte de derechos a otro sector de trabajadores de nuestro país. Me resulta más descriptivo utilizar las declaraciones con las que los propios convocantes, han calificado esta reforma. Para Cándido Méndez de UGT, “la reforma laboral del Gobierno de Zapatero es aún peor que la de Aznar”. Cayo Lara, Coordinador General de Izquierda Unida, habla de “un ataque directo al trabajador”. Ignacio Fernández Toxo, de CCOO declaraba que, “la reforma laboral hace que una simple gripe sea causa de despido”.
Y por último, la congelación de las pensiones. Más recorte de derechos sociales, esta vez a una parte de la población que ya ha dado lo que tenía que dar en la vida. Un sector que ha trabajado todo lo que se le exigió, para ahora comprobar cómo a ellos también se le hurtan los logros sociales adquiridos.
Estos tres hechos, en mi opinión, deben ser unidos a otro muy relevante: todas estas medidas han sido adoptadas por un gobierno socialista. Todas estas decisiones atacan frontalmente a los colectivos más débiles de la sociedad y todas han sido ejecutadas por un Gobierno que luce una O de obrero en sus siglas.
Me resulta importante este hecho, porque es que el Presidente del Gobierno no ha hecho más que traicionarse a sí mismo, casi a diario, afirmando una cosa y la contraria, en función del auditorio. Ya comentaba en otro artículo, como impúdicamente y sin sonrojarse, declaraba no sentir que hubiese traicionado sus principios con la reforma laboral, tras haber dicho diez meses antes que nunca recortaría derechos sociales para intentar atajar los efectos de la crisis.
En fin, que después de comprobar el desastre al que ha conducido a España el insensato proceder de Zapatero, parece que era obligatorio respaldar la protesta para mostrarle nuestra más enérgica repulsa a su gestión, pero no lo hice.
En mi caso, dos fueron las razones principales por las que me negué a tomar parte en esta huelga.
Una, porque honestamente opino que España no podía permitirse el lujo de parar un día entero. La situación económica no está para esto. De mis cuatro hermanos, sólo uno tiene trabajo estable. Uno está en el paro, otro a la espera de firmar un contrato de seis meses cuya formalización se dilata desde hace un mes y el otro, con un contrato en el que la inestabilidad y la incertidumbre laboral es la característica más acusada. Según el principal partido de la oposición, el coste de la huelga para nuestro país ha sido de dos mil millones de euros. Pongamos que son nada más que trescientos, que ya se sabe que estos de la derechona son unos malandrines. Pero es que trescientos millones de euros es una cantidad que de ninguna forma podíamos darnos el lujo de gastar o de dejar de ganar. ¡Que son cincuenta mil millones de pesetas! Con cuatro millones de parados, con una solvencia internacional demasiado a menudo en el alero y, sobre todo, con un Zapatero cuya acción de gobierno consiste única y exclusivamente, en improvisar medidas para paliar su indigencia intelectual y profesional, -extremo que no se le oculta a nadie fuera de nuestro país-, la convocatoria de una huelga general me parecía una irresponsabilidad. En mi opinión significaba castigar a España, a su credibilidad internacional y no es nuestro país quién debía ser castigado. Son Zapatero y su partido los responsables de que la adopción de medidas económicas que debían haberse llevado a cabo en 2007, se haya dilatado en el tiempo, por motivos estrictamente de partido, en un ejercicio de deslealtad con el país que espero la Historia de España no le perdone jamás. Son ellos los que deben ser castigados en las urnas.
En segundo lugar porque de ninguna manera, bajo ninguna circunstancia estaba dispuesto a participar en una huelga general convocada por aquellos que han sido los cómplices y colaboradores necesarios de Zapatero, igual de responsables, en habernos llevado a la situación en la que nos hallamos ahora. Es como si Julián Muñoz y Juan Antonio Roca, convocan a España entera a una manifestación para denunciar la corrupción en los Ayuntamientos. Quiero decir que los sindicatos, después de años de connivencia con Zapatero en la ocultación de la realidad de la crisis, después de insultar y menospreciar a todos aquellos que advertían de los peligros de no reconocer los hechos y afrontarlos, ahora que ha habido que cortar por lo sano, ahora nos convocan a manifestarnos. ¡Son el ejemplo de la desfachatez! Encima la huelga no se produce al poco de publicarse el Real Decreto de reforma del mercado laboral ene junio pasado, sino tres meses más tarde. La convocatoria de huelga general era una absoluta tomadura de pelo en la que no estaba dispuesto a participar, ya digo, de forma alguna. Había tongo.
Ayer fue un día normal. En mi oficina vino a trabajar el cien por cien del personal. sólo tres ausencias. Una por enfermedad y dos por disfrute de vacaciones. todas las tiendas estaban abiertas, con excepción de los chinos de todo a un euro. Bares y cafeterías abiertas, bancos y kioskos, igual, pero como siempre tuvieron que aparecer los famosos piquetes informativos, pero ellos.........merecen otro artículo.
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