Esta tarde he estado peleando con la configuración del blog y después de sudar la gota gorda y de estar sentado desde las cuatro menos diez, -ahora son las siete menos veinte-, he conseguido separar por etiquetas los distintos artículos que he ido subiendo con el tiempo. Mientras estaba con esto he ido haciendo algo de limpieza, borrando archivos vacíos y descubriendo artículos perididos desde hace años en mi disco duro que me pregunto cómo nunca los subí, por lo que voy a empezar a hacerlo. Más vale tarde que nunca
Este es del año 2009. Ahí va
El
viernes 3 de abril, le tocó el turno a Larry Carlton.
Lugar:
el Paraninfo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Hora:
21:00
Después
de la completa decepción con Al Dimeola, tenía puestas muchas esperanzas en
este concierto de Mr. 335, como es conocido Larry Carlton. La 335 es una de las
guitarras legendarias de la marca norteamericana Gibson y, por supuesto, uno de
los instrumentos que me gustaría tener para mí, pero su estratosférico precio
–incluso de segunda mano- la pone fuera de mi humilde alcance.
El
Paraninfo no es el Auditorio Alfredo Kraus y el hecho de ser bastante más
pequeño, ya otorgaba al espectáculo una cierta atmósfera, un peculiar e íntimo
aire de reunión de amigos, que como siempre he creído, se hace casi
indispensable en un concierto de jazz. La flor y nata de los guitarristas
locales estaban allí.
El
concierto comenzó con bastante puntualidad. Larry Carlton apareció -él sólo-
sobre el escenario, con su, como decía Gibson 335 colgada al hombro y se
dirigió al publico comentando que, como había cumplido años el pasado mes de
Marzo, el primer tema iba a ser “Cumpleaños Feliz”. ¡La ejecución del Happy
Birthday, nos dejó boquiabiertos desde ese instante!. ¡Qué versión más
delicada! Jamás había escuchado un cumpleaños feliz como aquel. Muy lento y
pausado, con la melodía deliciosamente solapada detrás de arpegios, harmónicos
y acordes, arreglados de una forma soberbia, elegante, exquisita. Cuando
terminó este primer tema pensé para mí “¡que le den por......a Al Dimeola!”
Carlton me había transmitido más pasión en aquellos tres o cuatro minutos que
duró la primera canción, que Dimeola en una hora y media.
La
335 sonaba simplemente maravillosa, con esos matices gordos, mates, con cuerpo,
característicos de una Gibson con un calibre 0.10 montado, reforzados con más
color aún cuando Carlton cerró el potenciómetro del tono, para sacarle a la guitarra
un sonido todavía más grave, más carnoso y denso. Desde el primerísimo rasgueo
del primerísimo tema, tuve que asumir que el concierto iba a ser de “fuera de
este mundo” y me acomodé en la butaca a la espera de lo que se me venía encima.
Escuchamos
un jazz rebosante de sensibilidad y de matices y escuchamos blues cargados de
sentimiento y delicadeza, con un Larry Carlton que nos enseñó que la técnica
llevada a su extremo máximo, no tiene por qué estar reñida con el lirismo, con
la inspiración, con la dulzura, con, en definitiva, el buen hacer musical, que
necesariamente y por supuesto exige al músico una técnica depurada, pero que
además requiere una combinación de algo más, algo trascendente que de alguna
manera excede la simple ejecución que éste realiza, para colarse dentro del
escuchante para conquistarlo y emocionarlo.
La
estructuración del concierto me gustó mucho, me pareció muy original, pensada
con bastante sentido común. Además me resultó valiente el hecho de afrontar el
concierto con una formación de bajo guitarra y batería, únicamente.
Larry
Carlton interpretó tres o cuatro temas él sólo, sin acompañamiento de ningún
tipo, dejando al auditorio noqueado en sus butacas con su estilo personal,
limpio, puro, sin estridencias ni trucos espectaculares con los que impresionar
a la audiencia, utilizando únicamente el despliegue soberbio de belleza que
destila con la guitarra en sus directos, para a continuación hacer entrar al
bajista Travis Carlton, su hijo, con el que realizó varias piezas más, para
finalmente, dar paso al batería, Gene Coye. El concierto estuvo marcado por una
intensidad sobresaliente que fue “in crescendo” a medida que éste avanzaba.
El
guitarrista californiano tenía enchufada su guitarra a dos Twin Reverb de
Fender, usando muy pocos efectos, deleitándonos casi todo el concierto con un
sonido limpio, sin efectos y juraría que solo usó saturación muy al final del
recital, a la que unió un wah-wah y un pedal de volumen.
Carlton,
con un fraseo grandioso, lleno de matices, anegó la sala con soberbios riff, y
rápidas escalas, pero también con otras variaciones, de ritmo mucho más
pausado, lento, comedido, con bendings poderosos que hacían que te arrugases en
la butaca de placer y que inundaron el recinto de Vegueta de una rebosante
atmósfera jazzera que se apoderó por completo de la audiencia. Todo lo que eché
en falta con Al Dimeola, me los ofreció con creces Larry Carlton. Pasión,
arreglos cuidados e intimistas, feeling, tensión argumental en la ejecución de
las canciones que, con una sensibilidad cargada de belleza, el californiano iba
elevando, para parar de golpe con una pausa, un “hold” que dicen los de habla
inglesa, y continuar hasta resolver el tema con perfección y eficacia. Al
contrario que Al Dimeola, Carlton tocaba tanto con púa, como sin ella,
fabricando arpegios de bellísima sonoridad, los cuales Dimeola, que usaba
únicamente púa, no podía conseguir, privándonos del sonido distinto y
diferenciado, que unos dedos expertos pueden arrancar a una guitarra.
Gene
Coye, me impresionó desde el momento en que se sentó a la batería. ¡Qué
sensibilidad! Tocaba como si hubiese nacido sabiendo hacerlo, como si no le
costase trabajo usar las baquetas, acariciaba la batería con ellas y lo que al
principio me resultó de una simplicidad expresiva sobresaliente, cuando ejecutó
su solo, se convirtió en un portento espectacular, cargado de fuerza y discurso
musical.
Travis
Carlton, se nos presentó con un bajo de cinco cuerdas enchufado a dos pantallas
Ampeg, -yo diría que eran 4x12- y se mantuvo apostado, durante todo el
concierto, justo delante de ellas, como si necesitase tenerlas justo a su
espalda para escucharse bien. Me comentaron que Carlton padre había sido mucho
más que exigente con su hijo a la hora de manejar el bajo: lo consiguió con
creces. Carlton hijo es un soberbio bajista.
Desde
el inicio del concierto, sobre el escenario estaban las dos únicas guitarras
que posee Larry Carlton: su 335 del 68 y su Valley Art Acústica del 84. De pronto
uno de mis amigachos me dijo: “¿te has fijado quién ha entrado en el escenario
y se ha llevado la acústica?” Ninguno nos dimos cuenta de cómo alguien de la
organización había cogido la guitarra acústica para afinarla mientras Carlton
usaba la Gibson, Carlton y su grupo nos habían hipnotizado. Cuando miré el reloj……había pasado una
hora y cuarto. El tiempo había volado sin que nos percatásemos de su paso.
¡Con
qué magnifica sensación salimos del Paraninfo!
Ya
fuera, pues los múltiples comentarios de los asistentes, que si esto, que si lo
otro, que si lo de más allá, pero de todas las opiniones de los muy buenos
guitarristas que había por allí, dos frases se me quedaron grabadas. Una
“después de lo que he visto y escuchado a este hombre, todas mis guitarras las
voy a guardar en la azotea, qué depresión”. La otra, “sí, sí Larry Calrton una
pasada, pero los pibes que vienen con él al bajo y a la batería……….me dejaron
sin habla”.
De
allí nos fuimos a cenar y en la sobre mesa todos coincidimos que pasaría
bastante tiempo antes de que tuviésemos ocasión de disfrutar de un espectáculo
como el que habíamos vivido. No imaginábamos, pero ni de lejos, lo que nos
reservaba Dianne Schuur la noche siguiente, sábado, en el Alfredo Kraus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario