El retrato es de las cosas que más me gustan de la fotografía, pero mi hija, que era el rostro principal de la mayoría de ellos, hace tiempo que se viene negando en redondo a que le haga una foto, cuánto menos a posar para una sesión fotográfica como solía. Deben ser sus catorce años.
Como no había ya a quién retratar, los domingos me dediqué a fotografiar paisajes de la isla aprovechando mis salidas mañaneras con la moto. La portada de este blog es prueba de ello.
Y en esas estaba, es decir, hasta los mismísimos de los paisajes, cuando hará un mes, más o menos, un amigacho me comentó que los domingos, entre las nueve de la mañana y la una de la tarde, había visto “entrenando” por las calles de Vegueta a los costaleros de los dos tronos de la iglesia de Santo Domingo.
Este amigacho me “sugirió” la idea de pasarme por allí y lo entrecomillo porque previamente ya medio se había comprometido con uno de los capataces, conocido suyo, a hacer un reportaje sobre la procesión del Domingo de Ramos, ya no sólo con fotos, sino que incluso le ofreció un vídeo montaje con música y las instantáneas realizadas que tendría que hacer yo. ¡Vamos, lo propio de los amigos!
Así que, con cierta incertidumbre, me planté un domingo sobre las nueve y pico en la plaza de Santo Domingo cámara en ristre sin saber bien qué me iba a encontrar.
Ya había costaleros cuando llegué, pocos aún, pero fueron apareciendo más y más en los siguientes treinta minutos. En aquellos momentos para mi todos eran iguales.
A la hora y algo de estar tirando fotos, aún en la plaza, comprobé cómo se iban formando dos grupos diferenciados cada vez más compactos, cómo unos ayudaban a otros a ajustarse el trozo de tela que se ponen en la cabeza, el costal, estirándolo para dejarlo sin arrugas en evitación de lesiones o enrollándolo al trozo de paño fuertemente ajustado, la “morcilla”, dónde soporta la cerviz del costalero el peso del trono. En un momento dado, uno de los grupos entró en la iglesia y comenzó a preparar el paso para sacarlo a la calle. Al poco, el otro hizo lo mismo con el suyo.
Y empecé el recorrido con ellos por Vegueta. Tan pronto como los vi sacar los tronos de la iglesia, me asombré del enorme esfuerzo que tienen que realizar para moverlos siquiera dos docenas de metros. A medida que íbamos adentrándonos en el barrio, mi sorpresa se iba convirtiendo en profunda admiración. ¿Cómo era posible? Un domingo, a las diez de la mañana, setenta u ochenta hombres de distintas edades dispuestos a levantar y a conducir un artefacto de un peso desconocido, pero que yo veía exigía la fuerza de treinta y cinco de ellos para moverlo pocos metros antes de tener que detenerse para tomar resuello. Me costaba entenderlo.
En los ensayos, los Costaleros se acompañaban de música que reproducían en un mp3 o dispositivo similar. Los redobles de caja acompasados con los golpes secos del bombo y el sonido rajado de las trompetas, típico de los desfiles de Semana Santa, empezaron a sumergirme en el ambiente de las procesiones mientras caminábamos por el barrio. De pronto, el trono parado, yo con la cámara medio despistado, voces del capataz, golpe de madera contra madera, uno, dos y tras el tercer golpe, un grito súbito, potente, cargado de sentimiento inunda la calle “¡Vámonos pa’l cielo!”…..y veo como el paso es lanzado hacia arriba, quedándose los costaleros en el aire tras el impulso y amortiguando con sus cuerpos el peso del trono en la caída…..¡se me puso la piel de gallina! Desde aquel primer domingo me vi rendido frente a aquellos valientes, obligado a soltar la cámara en más de una ocasión, para aplaudir junto al escaso público las “levantás”, aún cuando sólo se trataba de un “entrenamiento”.
Seguí con ellos un rato más y al poco, serían ya las doce del día, me fui a mi casa. Cuando descargué la cámara…..había disparado 370 fotos. Al verlas en el ordenador tuve que admitir que la procesión del Domingo de Ramos no iba a ser el objeto de mi reportaje. No podía serlo de ninguna manera después de lo que había visto aquella mañana. Decidí que hiciese lo que hiciese, serían los costaleros los protagonistas. Al fin y al cabo, son los únicos a los que nadie ve en la procesión y por ello, los únicos que de antemano no buscan lucimiento personal alguno. Los cofrades de ambos sexos, aunque lo hagan desde la humildad propia que impone la ocasión, se lucen con sus trajes y guantes negros, exhibiendo con orgullo sus condecoraciones, estandartes e insignias y sus peinetas colocadas con precisión sobre sus peinados de peluquería, al igual que los Nazarenos aunque no veamos sus caras, al igual que las Imágenes de la Virgen María y de su Hijo que se nos muestran con el esplendor exquisito y soberbio de sus mejores galas. En cambio los costaleros muestran su fe y sacrificio de forma callada, ocultos tras un manto, escondidos de todo, a la vista de nadie y sin esperar reconocimiento alguno distinto de los aplausos abstractos del público; el mismo anonimato del que habla Jesús en el Sermón de la Montaña refiriéndose a la limosna: Mas cuando tú des limosna, que sea tu limosna en secreto.
El siguiente domingo repetí la experiencia. Esta vez fueron 400 las fotos y más de lo mismo, recorrí las calles a su lado disparando a todo lo que se me ponía tiro. “¡Ahora valientes,……..vamos a disfrutar!” gritaba el capataz antes de golpear por tercera vez el trono.
Por entonces, ya había seleccionado bastantes fotos y desechado otras tantas. Ya sabía a qué trono pertenecía casi cualquiera de los costaleros, que de tanto verlos mientras comprobaba, retocaba o mejoraba las fotos, se convirtieron en rostros si no familiares, sí que reconocibles casi a la primera por la calle. Ya no consideraba necesario ni siquiera dejarme caer por la procesión, ¿para qué, si ella no era el objeto de mi reportaje? Pero mi amigacho insistió “pero ¡cómo no vamos a tener fotos del día D!”
Y llegó el Domingo de Ramos. Gran cantidad de gente había ocupado aquella zona de Vegueta. La plaza de Santo Domingo se me apareció inexpugnable cuando intenté acercarme. Muros formados por varias filas de personas impedían el paso al ocupar todo el perímetro de la plaza. Saqué bastantes fotos y, de nuevo, me vi a mi mismo dejando a un lado la cámara y aplaudiendo cada “levantá” de los tronos. El sonido seco, cortante y preciso del redoble de la caja y del bombo, junto con el timbre de las trompetas de la banda de música que acompañaba a los tronos, -ya no era un mp3- me atravesaba y me recorría el cuerpo por dentro como si fuera corriente eléctrica. ¡Que emocionante!
Me lo he pasado fenomenal acompañando a los Costaleros de la “Real e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de la Esperanza de Vegueta” mientras se preparaban para su gran día por las calles del barrio. He hecho retratos de casi todos. Riendo en las paradas y sufriendo juntos a la hora de tirar de los tronos. Ayudándose entre ellos y dándose ánimos para seguir hacia delante sin desfallecer. Sustituyéndose bajo el trono a medida que iban avanzando y descansando “molidos”, apoyados en las traviesas de los pasos al llegar de vuelta a la Parroquia de Santo Domingo donde tienen su sede.
Al final, me vi con tantas fotos, que no pude evitar hacer varios montajes de vídeo en lugar de uno sólo como había previsto.
Este dura nueve minutos, incluye a ambos tronos y le he puesto como banda sonora dos temas: una saeta y la composición “Costaleros”, obligada para la ocasión. La duración de este primer montaje es a todas luces excesiva, puede incluso resultar algo repetitiva en ocasiones, pero claro, comprobé que Youtube estaba plagado de vídeos sobre procesiones con una duración casi siempre superior a los diez minutos y me dije que si aquellos metrajes eran aceptables para recrear el discurrir de los tronos y de las imágenes por las calles de la ciudad, también lo sería el mío que encima retrataba el inmenso esfuerzo de los protagonistas del trabajo más duro y sacrificado que se realiza el Domingo de Ramos. Sólo hay dos instantáneas del día de la
procesión. Una por cada imagen.
Ahí está. 1080 HD y a pantalla completa se ve genial.
Ahí está. 1080 HD y a pantalla completa se ve genial.
Me
he quedado con unas 280 fotos de las casi 800 que disparé entre los
tres domingos y con la satisfacción de habérmelo pasado del quince
fotografiando a los Costaleros de los tronos de la parroquia de Santo Domingo.
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