Cuando
somos convocados a votar en unas elecciones, el que vota es el pueblo español y
el resultado de la votación expresa el mandato soberano que emana de los
españoles en su conjunto.
En
diciembre pasado, los españoles fuimos consultados y decidimos que no queríamos
a Pedro Sánchez para dirigir España. Tenía 110 diputados y lo dejamos con
90.
Sin
embargo y a pesar de ello, el secretario general del PSOE, pasándose la
voluntad del pueblo por el arco de sus berimbaos, se emperró en ser elegido
Presidente del Gobierno. Terminó fracasando. Lo único que logró fue tener a
España paralizada seis meses y llevarnos a nuevas elecciones como consecuencia
del bloqueo institucional al que sometió al país.
En
junio pasado volvimos a ser consultados. Nuevamente le reiteramos a Pedro
Sánchez que no lo queríamos al frente del gobierno de España y a la vista de
que en diciembre no le había quedado claro, el pueblo español esta vez se lo
hizo saber con más contundencia castigándolo con cinco escaños menos. Ahora
sólo 85.
Acabamos
el mes de septiembre y se atisban las terceras elecciones porque insiste en que
o se juega como él pide o se lleva la pelota para su casa.
Pedro
Sánchez se siente legitimado para dividir la voluntad soberana del pueblo
español entre los que le votan a él y los que no, porque no ha ganado las
elecciones y a partir de ahí sólo le vincula el compromiso que
ha adquirido con sus votantes.
“Votando NO
a la investidura de Rajoy, hemos cumplido la palabra dada a los 5.424.709
votantes socialistas” escribía un dirigente socialista en un periódico, es decir, si los
socialistas pierden las elecciones, la voluntad soberana, democráticamente expresada
por el pueblo español, se subordina a los deseos de los españoles que han
votado al PSOE.
Y con esta forma de entender la democracia sembrada desde la época de ZP, hemos llegado a la nueva guerra civil que vive el PSOE hoy.
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