30 oct 2023

Cinco días en Tenerife

El viaje a Tenerife fue un completo éxito. No visitaba la isla desde 2008. Estuve entre el 2 y el 6 de octubre. 
 
La realidad era que no tenía ninguna intención de “visitar” Tenerife ni de hacer turismo. Yo lo único que quería eran carreteras distintas para circular con mi nueva moto toda vez que las de Gran Canaria se habían agotado tras haber hecho ocho mil kilómetros en ocho meses. Durante esta semana he hecho lo mismo que hago en casa: disfrutar de la moto parando a hacer fotos en cualquier lado, aprovechando las visitas a los pueblos para entrar en las iglesias, fotografiarlas e incorporarlas a mi catálogo de iglesias de Google. 
 
Quise ir entre semana para evitar a los motoristas domingueros que son un peligro tanto en una isla como en la otra y esto también fue un éxito. Sólo me encontré a un loco en toda la semana. La moto se comportó perfectamente. Es un cañón y creo que si puedo, repetiré la experiencia el año que viene. 
 
Estuve dudando si coger el primer o el segundo barco de la mañana pero al final me decidí por el segundo, el de las 08.30. Teniendo en cuenta que la travesía duraba una hora y cuarenta minutos, llegar a Tenerife sobre las diez de la mañana me pareció lo más adecuado para iniciar el rutómetro elegido. 
 
Sobre las 07.45 y procedente de Tenerife apareció el ferry por la bocana del puerto. Hacía el primer trayecto entre ambas islas. El buque atracó con la ayuda del personal de tierra y empezó a descender el pasaje por un lado y los vehículos por otro. Sin darme cuenta habían entrado en el barco los equipos de limpieza de la naviera para dejarlo nuevamente listo para el siguiente viaje. A las 08.10 empezó nuestro embarque. Primero los vehículos "premium" y acto seguido las motos. La mía y otra más que juraría era una Benelli. 
 
Por precaución -yo no sabía cómo se estibaban las motos en el interior del barco- llevaba una toalla vieja para proteger el depósito de las cinchas con las que presumiblemente iban a fijar mi moto al suelo, pero no hizo falta. El personal del barco se notaba que estaba muy acostumbrado a estas tareas y las cinchas las fijaron al chasis. La tensaron de tal manera que quedó pegada al piso como una roca. El trayecto fue magnífico. El barco no se movió en absoluto.

Y atracamos en el puerto de Tenerife. La capacidad de estiba de mi nueva Honda es igual a cero por lo que todo mi equipaje lo llevaba en una mochila. Me la puse a la espalda, agarré el casco y los guantes y baje a la cubierta del garaje a coger la moto. Calor asfixiante.

Fui hasta el hotel a dejar el equipaje en la consigna. Tengo que reconocer que en mi casa y con la ayuda de los mapas de Google había hecho virtualmente el recorrido desde el muelle de Santa Cruz hasta el hotel tantas veces que llegué a la primera y sin problemas.

Me quedé con la cámara de fotos, dejé todo lo demás y fui a cumplir el primer punto de mi plan: visitar a los compañeros de trabajo que ya me habían advertido, “como vengas a Tenerife y no te pases por las oficinas para ir a desayunar juntos más vale que te prepares”. Y allí me presenté. Me enseñaron las instalaciones, conocí en persona a varios de ellos con los que hablo por teléfono habitualmente pero a los que nunca les había puesto cara y me invitaron a desayunar. 
 
Con el estómago lleno y tras despedirme empecé propiamente el viaje sobre las 11 de la mañana.

Muy pronto me di cuenta que en Tenerife la gente circula a bastante más velocidad que en Gran Canaria y que también se puede conducir a 120 kilómetros por hora en muchos más tramos que aquí. Las carreteras rayan a la misma altura en ambas islas. Tenemos una magnífica red de la que estar orgullosos.

Día 1: El calor era sofocante por lo que pensé que lo mejor sería ir hacia el norte de la isla a ver si el tiempo era más fresco por allí. Craso error 
 
 

Esta primera ruta fue de “tanteo y aproximación”. Muy cómoda y sin muchas curvas porque quería comprobar qué tal me orientaba mirando las señales, si era capaz de llegar a donde realmente quería llegar o como iba el consumo de gasolina y todo fue perfectamente.
 
 
Llegué hasta el municipio de Los Silos, con paradas en los de El Sauzal, La Matanza de Acentejo, Los Realejos, San Juan de la Rambla, Icod de los Vinos y Garachico.  
 
Llegué a mi hotel sobre las 17.30 muerto de sed. Entré en mi habitación y en la nevera solo había agua sin gas. Miré los mapas de Google y tenía un Hiperdino a diez minutos de distancia caminando. “Allí seguro tendrán Agua de Firgas” pensé y salí sobre la marcha. Los diez minutos se convirtieron en veinte, luego en treinta y finalmente en cuarenta. No encontré el Hiperdino. Soy un inútil incapaz de orientarme utilizando el teléfono móvil. Di vueltas y más vueltas por la zona sin resultado alguno. Menos mal que al final encontré un Lidl que vende un agua con gas bastante similar al de Firgas. Volví al hotel, me duché y estuve descansando hasta las ocho y algo que bajé a cenar al restaurante del hotel.  
 
Junto a la habitación había contratado media pensión y este fue otro de los éxitos del viaje. Llegaba tan cansado tras estar todo el día subido en la moto que la posibilidad de tener que salir de nuevo a la calle para buscar un lugar donde cenar habría sido un suplicio. También contraté el servicio de garaje para que la moto no durmiera en la calle.
 
Día 2: Tras un desayuno soberbio me dispuse a ir hasta la punta de Anaga. 
 
 

Salí sobre las diez y media para evitar el tráfico de primera hora cuando la gente va al trabajo y la muchachada al colegio e institutos. El calor seguía siendo agobiante. Ponerme y quitarme el casco, guantes y chaqueta en cada parada era un medio martirio. La camiseta siempre estaba casi completamente mojada.

Quería subir por San Andrés hasta el Parque Rural de Anaga pero aquí me equivoqué por primera vez y terminé al final de un barranco sin salida en el pueblo de Igueste. Tuve que volver sobre mis pasos hasta San Andrés cuando vi que necesitaba repostar. La gasolinera más cercana era una estación Disa a la salida de Santa Cruz. De nuevo hacia atrás, pero una gratísima sorpresa fría me esperaba en la gasolinera:

A partir de aquel momento ya supe dónde encontrar Agua de Firgas.
 
Fue el primer día en el que tiré de acelerador con gusto. La subida desde San Andrés hasta Anaga está plagada de curvas magníficas que hicieron que disfrutara como un enano. La segunda velocidad de la Honda no es de este mundo, -bueno, las otras cinco tampoco- pero hice la subida casi sin cambiar a tercera. Además el calor hacía que las gomas de la moto se agarraran al asfalto como si fuera chicle. Hubo momentos en los que fui muy rápido -siempre dentro de mis limitaciones con la moto ya que aún no la controlo al cien por cien- y otros en los que fui paseando, tumbando en las curvas sin prisas y buscando encuadres y parando a la orilla de la carretera para tirar fotos. La subida que se ve en esta foto fue de las “muy rápidas”. Un verdadero placer. 
 
 
 
Estuve por el Bosque Encantado, por Las Carboneras, por Taborno, Taganana, por Benijo y los Roques de Anaga para terminar bajando por Las Mercedes hacia La Laguna y de allí al hotel donde llegué sobre las cinco y algo de la tarde.

Día 3: Fue el más largo y cansado de todo el viaje. 250 kilómetros

Era el día previsto para subir al Teide y a medio camino estaba cuando volví a ver que tenía poca gasolina. Consulté con Google y no había gasolineras a la vista así que tuve que desviarme de mi ruta en dirección Sur, hacia el municipio de Arafo. Allí reposté en otra estación Disa y después de mi botellita de agua de Firgas de rigor me puse de nuevo en marcha siguiendo hasta Güímar en donde paré a descansar un rato. El calor seguía siendo sofocante y había aparecido la calima. Estuve haciendo fotos de la iglesia del pueblo y tras media hora sentado y refrescándome en una de sus plazas, volví a subirme a la moto con destino al municipio de Arico.

Andaba perdido dando vueltas por Arico cuando me encontré a una pareja de policías municipales a los que pregunté si desde allí podía llegar hasta el Teide, “con esa moto no, por aquí todo son pistas de tierra, pero si bajas a la autopista, llegas a Granadilla de Abona, desde ahí subes a Vilaflor y ya luego estarás en el Teide por Boca Tauce”. Les dí las gracias por la información y antes de arrancar uno de los guindas me dijo con una media sonrisa en la boca “la carretera de Vilaflor al Teide te aseguro que te va a gustar, yo la he hecho con mi moto” y desde luego que me gustó. Fue la segunda vez en la que tiré de acelerador hasta donde sabía. La carretera estaba formidable y no me encontré absolutamente a nadie hasta que giré al Este para llegar a la base del Teide entrando por Boca Tauce. Aquí  la carretera estaba llena de pinocha y de ramas de pino por lo que tuve que extremar la precaución.



Del Teide y siguiendo las recomendaciones de un guía local que estaba allí con un grupo de guiris, llegué hasta Santiago del Teide por otra carretera súper bien asfaltada que solo invitaba a acelerar aunque ya había más tráfico, sobre todo turistas. No llegué hasta el pueblo sino que bajé a la costa para ver los acantilados de Los Gigantes, hice una docena de fotos y ya de allí volví por la autopista hasta Santa Cruz. La autopista del sur chicharrero tiene tramos en los que no se ve el final. Tanto cuando bajé como cuando subí hubo momentos en los que fui a la mayor velocidad a la que había ido nunca en toda mi vida en cualquier vehículo. Por supuesto, la subida hacia el Norte con el viento de frente………..muy poco agradable igual que ocurre en Gran Canaria. Llegué al hotel verdaderamente cansado y con un dolor en las nalgas que nunca había sentido con tal intensidad.


Día 4: Fue el último día de ruta.

Salí del hotel y llegué hasta Punta del Hidalgo. Estuve un buen rato por allí haciendo fotos. El calor seguía sin remitir y por primera vez me entraron ganas de darme un baño en la playa. Paré en la plaza de la iglesia de Tegueste a descansar un rato para continuar luego hasta Tejina y Valle Guerra. 

La mayoría de las iglesias que vi en Tenerife estaban cerradas por lo que no pude hacer tantas fotos como hubiese deseado pero cuando llegué a Valle Guerra en la iglesia se celebraba un entierro. Esperé a que terminara el oficio y cuando entré a hacer fotos tuve, probablemente, el encuentro más agradable y gratificante de mis vacaciones en Tenerife. Por casualidad entablé conversación con uno de los párrocos. Exquisita su cortesía y amabilidad. Me explicó con detalle los orígenes de la iglesia y cómo la Virgen -sin duda una de las más bonitas que he visto- Patrona de Valle Guerra, iría al frente de la celebración de la victoria en la Batalla de Lepanto que libramos contra el turco y que tendría lugar unos días después de mi visita. Luego me presentó a otro de los párrocos algo mayor que él y que al verme con casco y guantes de moto, me dijo "te vas a ir de aquí con la bendición de la Virgen para que te proteja en tu ruta". Y bendecido me fui. La iglesia es una preciosidad. Visita altamente recomendable.


Paré en La Laguna e hice un par de fotos. Su dos iglesias estaban abiertas pero cuando fui a entrar en ellas, un tipo en la puerta me preguntó si era de Tenerife a lo que le contesté negativamente. Luego me preguntó que de qué provincia venía y le comenté que de la de Las Palmas y entonces me dijo que tenía que pagar para entrar. Con la cortesía propia de estas ocasiones lo mandé a tomar por donde descargan los camiones y volví a subirme en la moto para largarme de aquel pueblo. Me pareció lamentable. Es como si nosotros pretendiéramos cobrar a un herreño o a un palmero por entrar en nuestra Catedral o en la Basílica del Pino en Teror. Detestable. Estuve perdido dando vueltas por La Laguna más de una hora buscando como volver a subir a Anaga por Las Mercedes. Al final pude encontrar el camino para terminar bajando ligerito por las curvas que llevan a San Andrés y de allí, hasta Santa Cruz . 
 
Día 5: Me levanté sobre las ocho y media. Ya había dejado la mochila media preparada la noche anterior. Bajé a desayunar al comedor del hotel y tras llenar el estómago volví a la habitación a rematar el cierre del equipaje. Me fui al garaje, me subí en la moto y tiré para el muelle desde donde regresé a Gran Canaria en el ferry de las once de la mañana.

En conclusión todo fue magnífico. Recorrí unos 650 kilómetros en cuatro días. El trayecto en barco perfecto, la vuelta fue quizás un poco movida pero tampoco tanto. La moto genial, las rutas fenomenales, los desayunos y las cenas en el hotel sobresalientes. La gente a la que pregunté en Tenerife por dónde ir o cómo llegar a algún sitio, amabilísima, lástima el incidente de las iglesias laguneras pero por lo demás, intentaré repetir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

31 ago 2023

¡A Tenerife!


Han pasado un poco más de ocho meses desde que compré la Honda y tengo que reconocer que estoy encantado


A día de hoy sigo sintiendo cierto miedo ante la inmensa potencia que despliegan los 145 caballos de su motor de un litro, a años luz de los humildes 50 caballos de mi antigua Kawa y tal es así, que aún no he tenido los arrestos suficientes para utilizarla en el modo “Sport”, es decir, con la configuración de motor en la que entrega toda su potencia a ful y sin ninguna restricción.


Y no es que no me fíe de la moto, es que……...no me fío de mi. No he pasado el tiempo suficiente con ella como para conocerla a fondo y sigo sin sentirme cómodo manejándola a alta velocidad durante mucho tiempo. Honestamente creo que mi pilotaje no está aún a la altura de esta máquina y es por este motivo por el que sigo utilizándola en el modo “Standart”, esto es, el que viene con la mayor limitación de potencia y con el control de tracción y de freno de motor más elevado. 


Aún así, el modo Standart es una bomba. Las subidas de San Mateo a Tejeda, la de Tejeda a Artenara o la de Valsequillo a San Mateo que he hecho en repetidas ocasiones, están plagadas de curvas que me están permitiendo irle cogiendo el tranquillo poco a poco. Ahora puedo hacer estas subidas en segunda todo el tiempo sin cambiar de marcha, entrando en las curvas a 40 kilómetros por hora para, en dos o tres segundos, ponerla a 110, hasta llegar a la siguiente. La moto ni se entera.


Todas las cortapisas que tenía con la Kawasaki han desaparecido. Las ocasiones en las que la falta de potencia impedían un adelantamiento o aquellas otras en las que la escasez de frenos obligaban a soltar acelerador antes de lo necesario o en las que había que tener cuidado a la hora de “tumbar”, han pasado a la historia.


He tenido que comprar un nuevo casco porque el antiguo, a pesar de estar en buenas condiciones, me quedaba un poco grande y si bien con la Kawasaki no lo apreciaba en absoluto, la potencia de la Honda es tan espectacular que empecé a notar que cuando aceleraba con contundencia, el casco tendía a salir de mi cabeza. Con el nuevo eso ya no ocurre.


Desde el 16 de diciembre de 2022 en que la recogí el concesionario han sido muy pocos los domingos que no he salido con ella de paseo. En este tiempo he hecho unos 9 mil kilómetros cuando con la Kawasaki la media era de 5 mil al año y claro, ahora salgo un domingo de casa y……....ya no sé a dónde ir. En estos meses he estado en todos los pueblos y rincones de la isla.


Y en esas estaba cuando me dije ¿y por qué no darme un salto con la moto a Tenerife? Reconozco que a mi viajar no me gusta en absoluto y hacer turismo menos (es algo sobrevalorado en mi opinión). Solo entiendo lo de viajar cuando necesito algo que no puedo encontrar en Gran Canaria y tengo que, obligatoriamente y por fuerza, salir fuera a buscarlo, es decir, se cumplen todos los requisitos. Viajo por necesidad. No voy a hacer turismo, sino a buscar algo que no encuentro aquí, esto es, rutas diferentes con las que disfrutar de la conducción de mi nueva moto.


Así que aprovechando mis próximas vacaciones estoy considerando la posibilidad de pasar una semana en la isla “picuda”. La única lástima es que a mi mujer no le gusta lo de subirse en la moto por lo que, con gran pesar por mi parte, tendré que ir yo sólo. 


Tenerife es la más grande de las islas Canarias y ya tengo más o menos previstas las cuatro rutas que pienso hacer.


Los domingos también son peligrosos en Tenerife por la cantidad de locos que, al igual que en Gran Canaria, salen a la carretera los fines de semana pensando que están en un circuito pero como estaré de vacaciones, aprovecharé para ir de lunes a viernes evitando así a los “Marc Márquez” chicharreros.


Ya he mirado el trayecto en barco y va de la capital de Gran Canaria a la capital de Tenerife. La travesía dura una hora y media por trayecto y sale por unos 45 euros ida y vuelta. He reservado alojamiento con media pensión en un hotel de Santa Cruz. El plan es desayunar fuerte en el hotel, salir de excursión, comer un tentenpié a mediodía para regresar por la tarde, descansar y cenar también en el hotel. En un primer momento consideré quedarme en La Laguna en donde hay más ambiente pero el precio de la estancia en Santa Cruz era imbatible.


¡A ver qué tal sale todo!

26 jul 2023

Steve Vai en “Vintage Rock Pod”

 

Frank Zappa es con diferencia mi compositor y músico preferido. Me he encontrado una entrevista con Steve Vai, un virtuoso de la guitarra eléctrica que cuando tenía veinte años, hoy tiene 63, le envió a Zappa una cinta de cassette con la transcripción de uno de los temas más complejos que habían salido de la cabeza de FZ. Éste lo llamó y lo contrató como transcriptor de partituras. Zappa le dio techo y comida a cambio. 

La revista “Vintage Rock Pod” le ha hecho una entrevista que también está en Youtube y que me pareció interesante traducir. Ahí la dejo.


El virtuoso guitarrista recuerda la época que pasó tocando la guitarra para uno de los hombres más notablemente exigentes del mundo del rock.

Dar la talla con Frank Zappa en sus conciertos en directo no era nada fácil” comenta Steve Vai en una nueva entrevista en la que analiza su experiencia como guitarrista de la banda de FZ.

Hablando con la revista “Vintage Rock Pod” Vai dijo que había sido contratado por Zappa como transcriptor antes de entrar a formar parte de la banda, una experiencia que resultó crucial para su posterior carrera como músico.

Preguntado por cómo era trabajar con la leyenda, cuya reputación de ser muy exigente le precedía a menudo, dijo que “Yo estaba muerto de miedo (se ríe). Entonces yo era muy joven y todo aquello me parecía surrealista. Lo siguiente que recuerdo es verme en el estudio de Frank y allí estaban Vinnie Colaiuta, Terry Bozzio, Tommy Mars y…...yo, uffffff…..y allí mismo me dio la música complicada que quería que grabara”.

Fue entretenido porque aquellos tipos eran gente divertida. Frank era un tío impresionante con el que te podías sentar a hablar. Era un gran conversador. Tenía una opinión respecto a casi todo. Prestaba atención a lo que le comentabas y te escuchaba cuando le hablabas. Siempre fue interesante y siempre se mostró interesado en nuestras conversaciones.”

Continúa explicando que tocar en la banda de Zappa era gratificante y a la vez un reto continuo dada la complejidad de su música y su tendencia a “escribir la lista de temas cinco minutos antes de que empezara el show”

Ser músico en la banda de Frank exigía manejar determinadas herramientas y, desde luego, no era el tipo de banda en la que te metías para aprender como tocar. Lo que aprendías era a ejecutar una clase de música que incorporaba un altísimo nivel de información y a hacerlo bajo presión y mientras te reías. Tenías que mantenerte siempre pendiente de Zappa”

Ni siquiera podía tocar para la audiencia porque Frank hacía otras cosas que requerían mi atención. En cualquier momento del concierto podía hacerte una señal. Tenías varias que podía darte y que significaban que tenías que hacer algo en la canción que estabas ejecutando. Si con el dedo índice se hacía un rulo en el pelo, lo que estuviera tocando tenía que tocarlo como reggae. Si con los dos índices se agarraba el pelo, significaba que había que tocarlo como Ska. Si te mostraba los cinco dedos de una mano era que había que tocar en ⅝. Cuando con las manos entrelazadas movía los brazos a izquierda y derecha, significaba que había que cambiar a heavy metal…...así que tenías que estar siempre pendiente de él”

Hacíamos normalmente dos shows por noche con larguísimas pruebas de sonido durante las cuales él podía escribir y grabar. El repertorio giraba alrededor de unas 80 canciones que tenías que tener memorizadas. Elegía el listado de canciones y te lo comunicaba cinco minutos antes del inicio del concierto. Y ese listado era diferente cada noche. Reconozco que para mi era un verdadero reto porque siempre me han fascinado las líneas complejas de guitarra y así Frank tuvo al fin a un guitarrista que podía ejecutar todas aquellas desafiantes líneas melódicas y tenerlas escritas.”

Un día cualquiera en la vida de un músico de su banda significaba levantarte a las 9 am e ir al aeropuerto para volar hasta el lugar del concierto. Allí te recogía un coche que te llevaba directamente al lugar del evento. Hacías unas larguísimas pruebas de sonido y luego tenías 45 minutos libres antes del primer pase. Después había otros 45 minutos libres antes del segundo pase. Para cuando volvíamos al hotel sobre la 1 o las 2 de la madrugada tenía que volver a ponerme a practicar porque no sabía que canciones iba a elegir para la noche siguiente. Me deterioré bastante rápido”


El artículo

Steve Vai was “scared to death” playing in Frank Zappa's band (guitar.com)


El vídeo

Playing with Frank Zappa "I was scared to death!" STEVE VAI - YouTube

25 jul 2023

La Orquesta Metropole en el Teatro Cuyás

El sábado 15 de julio llegó la cita musical que más esperaba de esta edición 2023 del Festival de Jazz de Canarias: la Metropole Orkest.
 

Como ya comenté, nunca antes había oído hablar de esta orquesta pero yo es que me derrito con las “Big Bands” norteamericanas de los años 30, 40 y 50 del pasado siglo y la Metropole Orkest era lo más parecido a ellas que nos ofrecía este año el Festival de Jazz. Fue el único concierto que tuve claro desde el principio que no me iba a perder.


Mirando en su web lo primero que me sorprendió fue descubrir que no era una formación alemana como yo pensaba, sino originaria de los Países Bajos.


Según comentan en su página “fue en 1945 cuando el gobierno holandés y la Familia Real desde su exilio en Londres tomaron una importante decisión. Los holandeses necesitaban una orquesta que llevase al pueblo felicidad y esperanza” y parece que de ahí nació la Metropole Orkest que a día de hoy se anuncia como “la orquesta de pop y jazz más importante del mundo”. Ha ganado cuatro premios Grammy.


El concierto empezaba a las siete de la tarde, pero desde casi media hora antes ya se podía acceder al interior del recinto. Esta vez la sala elegida por la organización fue el Teatro Cuyás en el barrio de Triana de la capital gran canaria. Sólo la imposibilidad material de poder contar con el Auditorio Alfredo Kraus puede explicar el porqué de esta elección.


A medida que nos acercábamos a nuestros asientos y al ver la gran cantidad de sillas junto con sus correspondientes atriles para partituras, coincidimos en el enorme esfuerzo logístico que debe significar traer una orquesta de este calibre a nuestras islas.


En la actualidad la Metropole Orkest la componen cuarenta y nueve músicos. Catorce violines, cinco violas, cuatro violonchelos, un bajo y dos contrabajos, un batería, dos flautas, una guitarra eléctrica, un arpa, una tuba, un oboe, dos percusionistas, dos pianistas, cinco saxos, tres trombones de vara y cuatro trompetas. Al frente de todos y desde hace un par de años, la directora japonesa Miho Hazama. A ellos se une otro equipo de personas encargadas de la instalación, montaje y asistencia a los músicos.


Nuestros sitios estaban localizados en el patio de butacas. Fila 5, asientos 16 y 18. Perfecta visión del escenario


A las siete menos cuarto empezó a entrar la sección de cuerdas y poco a poco fue ocupando los lugares asignados a la izquierda del escenario. Los violines en primer término, los violonchelos detrás y luego las violas y el arpa. En la parte trasera se situaron los vientos que ocupaban todo aquel espacio del escenario. Delante de ellos el contrabajo, la batería y el guitarrista. Finalmente, y el más cercano al público, el piano.


Los cuarenta y nueve músicos aparecían abigarrados sobre un escenario en el que a duras penas cabían y, como consecuencia de ello, ni el batería, ni el guitarrista ni la mitad de la sección de vientos estaban dentro de nuestro campo de visión ocultos por la voluminosidad del piano y la posición que ocuparía más tarde la vocalista.


Una vez todos colocados, una de las violinistas se levantó y empezó a dar instrucciones de afinación a toda su sección.


Y el concierto dio comienzo con la entrada de la directora


Tras el primer tema, Miho Hazama se dirigió al público en español para darnos las gracias por nuestra asistencia y algo más que no recuerdo para acto seguido y ya en inglés dar entrada a Kandance Spring que era la cantante invitada que venía de gira con la orquesta


Kandance Springs es una vocalista y pianista de jazz estadounidense nacida en Tennesse. Ha publicado cuatro discos y viene colaborando con la Metropole Orkest desde 2016.


Los temas, perfectamente ejecutados y envueltos en el tono cálido de la voz de la norteamericana, hicieron que el concierto resultase muy agradable de escuchar. Como me decía un amigacho “la orquesta se ha ajustado a la vocalista”. Y de hecho, era exactamente así. La productora artística de la Orquesta reconocía en un diario local haber hecho un recorrido por los distintos temas de los cuatro álbumes publicados por la yanqui para preparar el repertorio. Kandance Spring alternaba temas en los que solo cantaba con otros en los que además tocaba el piano destacando notablemente en ambos aspectos. Sin embargo, la directora, de forma incomprensible, insistía antes del inicio de cada tema en hacerle una especie de entrevista personal a la vocalista. Qué cuál era el origen de la canción, cuáles los motivos que le habían inspirado al componerla, que cómo habían sido sus inicios en el mundo de la música, que cómo había influido su padre en su formación…….vamos, algo absolutamente prescindible. ¡Y todo en inglés! Juraría que el tiempo que utilizó en hacerle estas preguntas frente a un público no angloparlante, lo hubiésemos preferido empleado en un par más de canciones.


Tengo que reconocer que me gustó el espectáculo aunque, ni de lejos, llegó a los niveles de placer que me ofreció la Glen Miller Band cuando actuó en el Pérez Galdós hace unos años. Desde luego resulta evidente que cualquier músico estaría encantado de que sus composiciones fueran ejecutadas por una orquesta. La riqueza y profundidad tonal que una orquesta añade a una pieza musical es impresionante pero en el caso de estos holandeses, la presencia de tantos violines, violas y violonchelos atenuaba todo, le restaba, en mi opinión, fuerza y tensión jazzística a los temas dejándolos un poco huérfanos de la frescura, el nervio y la energía que despliegan las Big Bands norteamericanas como las de Duke Ellington, Benny Goodman, Cab Calloway o Glenn Miller por citar a algunos y que en sus formaciones sólo cuentan con vientos y pianos dejando las cuerdas solo a una guitarra eléctrica para proyectar con los saxos, las trompetas, los trombones de vara y los clarinetes una potencia y una garra musical que te deja pegado a la butaca.


El concierto llegó a término y el público en pie se mostró enfervorizado una vez más. Tanto que hasta vi a la propia Kandance sorprendida ante semejantes muestras -desmesuradas en mi opinión- de inquebrantable adhesión. La orquesta y a la vista de ello ejecutó dos bises pero una vez finalizados y tras abandonar el escenario, los gritos de “¡bravo!” se repetían ad infinitum y la norteamericana tuvo que volver a salir a escena para interpretar un tema más -me dio la impresión que se les había acabado el repertorio- de su propia cosecha.


Total que pasé un buen rato. Dí por bien empleados los 42 euros de la entrada y luego terminamos la noche cenando amigablemente y de tertulia en uno de los restaurantes de la zona.

 

PD: En las giras de Frank Zappa el repertorio de la banda solía incluir entre 90 y 110 canciones. A sus músicos les daba el listado concreto de temas para cada concierto 45 minutos antes del inicio. A él nunca le habría ocurrido






20 jul 2023

Manu Katché en el Alfredo Kraus

 

Dentro del Festival de Jazz de Canarias 2023, el pasado miércoles 12 de julio le tocó el turno a Manu Katché, un baterista de estudio nacido en Francia que venía con la vitola de haber tocado para Sting, Peter Gabriel o Dire Straits entre otros. Le acompañaban bajo, guitarra y un teclista. Presentaba su último trabajo “The ScOpe”.

El local elegido por la organización para esta actuación fue la sala “Jerónimo Saavedra” del Auditorio Alfredo Kraus. Juraría que la otra sala de la que dispone el Auditorio, la San Borondón, era antes la que llevaba el nombre del político gran canario porque en esa sí había asistido a varios conciertos años atrás, pero debe ser que intercambiaron los nombres.

Como llegamos con tiempo, -el concierto empezaba a las 20.30- nos sentamos en el bar del Auditorio y pedimos unas birras. Nos pusimos a hablar de esto y de lo de más allá y sin darnos cuenta, se hizo la hora y entramos.

El local me pareció sumamente acogedor y su tamaño perfecto para un concierto de Jazz. Las dimensiones de una sala colaboran, en mi opinión, a generar esa atmósfera intimista y cálida que este tipo de música requiere. Vimos el espectáculo sentados cómodamente en una mesa con unas cervecitas que servían unos cuantos camareros que pululaban entre el público y si hubiese sido sábado creo que me habría pedido el whisky. En aquel momento, todo invitaba a ello.

El concierto comenzó con unos incomprensibles e inaceptables veinte minutos de retraso. Los músicos estaban allí. La instalación estaba lista. El público sentado en su sitio. No encontramos motivo alguno que justificase aquella demora. Katché ni se disculpó. Mal en este aspecto

Sobre las 20.50 aparecieron los músicos sobe el escenario

Reconozco que ver al guitarrista con una Fender Stratocaster me resultó cuanto menos “sospechoso” y un oscuro presagio de lo que nos esperaba. Siempre he considerado que son las guitarras Gibson las que ponen ese tono gordo y cremoso que destilan las cuerdas en un concierto de Jazz.

El resto del grupo lo formaban Eric Legnini a los teclados, Jérôme Regard al bajo y Patrick Manouguian a la guitarra. Todos de origen francés

Desde el primer tema noté que el bajo y, sobre todo, la batería sonaban muy por encima de la guitarra y los teclados, extremo que se mantuvo durante todo el concierto. Me dio la impresión que Manu Katché con aquel volumen de su batería, quería dejar claro a la audiencia quien era la estrella de la banda.

Los temas fueron cayendo uno tras otro a lo largo de la hora y media que duró el concierto. Manu Katché y los suyos ejecutaron piezas carentes de alma y sentimiento, canciones vacías y planas que no me transmitieron nada. Coincidimos en que era sólo un excepcional músico de estudio y nada más.

No pudimos escuchar ni al guitarrista ni al tecladista casi en ningún momento y ya no solo por lo antes comentado sino porque mientras que la pantalla, juraría de 4x12, del bajista, -la tenía enchufada a un cabezal de la marca Ampeg- estaba orientada al público, los amplis del teclado y de la guitarra apuntaban al escenario.

Casi al final, Katché interactuó con el público pidiendo a las mujeres y a los hombres que tararearan una tonada que él había improvisado sobre la marcha con un resultado que fue mejor olvidar. Sin duda alguna el intento de “audience participation” más pésimo que he presenciado en mi vida. Comparado con el de Tuck y Patti con el público cantando "Time After Time"..............aquello no tenía un pase.

El concierto llegó a término y di gracias a todos los dioses de que los bises fueran solo dos.

En definitiva, un machaque inmisericorde de batería y bajo que desde la mitad del espectáculo ya me llevó a estar mirando el reloj para ver cuánto faltaba para que acabase.

Eso sí, el resto del público en pie aplaudía rabiosamente como si no hubiera un mañana y como si hubiesen presenciado el espectáculo más sublime de sus vidas.

En cambio yo, si lo llego a saber……………..me habría quedado en casa tranquilamente muriéndome de risa viendo la serie “Trailer Park Boys”







17 jul 2023

Wimbledon 2023

Ya he dicho varias veces que me encanta leer la prensa británica cuando uno de los nuestros sobresale en alguno de los torneos deportivos que se celebran en el Reino Unido.  Ayer fue Carlos Alcaraz en Wimbledon. La prensa deportiva de la pérfida Albión al completo hinca sus rodillas con respeto frente a nuestro compatriota ante el juego desplegado por el español. 

Me encanta leerlos rendidos a los pies de uno de los nuestros. 

Aquí traducido subo uno de los artículos que al respecto publica hoy el Daily Mail. Espero que lo disfruten como yo lo he hecho.


Djokovic contra el mundo. 

El seísmo de la victoria de Carlos Alcaraz anuncia el amanecer de una nueva era. El día en el que hemos visto al serbio envejecer

 

Al final, la soledad fue demasiada para Novak Djokovic, su aislamiento también. Ha estado desafiando esa soledad a lo largo de toda su carrera. Y se ha reído en la cara de la antipatía y la ambivalencia que ha generado a pesar de haberse convertido en uno de los mejores jugadores de tenis de todos los tiempos. Fue demasiado. Había muchos.
 
Presenciar su derrota a manos de Carlos Alcaraz en la pista central en una final individual masculina de Wimbledon épica, fue más que la derrota de un gran campeón por la fuerza de la naturaleza de un joven 16 años más joven, fue presenciar a un chaval que parece destinado a mandar en el tenis mundial en los próximos años venideros.
 
Fue el triunfo de la juventud, de la fuerza y del brío de Alcaraz pero no fue sólo un partido de Alcaraz contra Djokovic; fue Djokovic contra los 15 mil espectadores que llenaban la cancha de tenis más famosa del mundo, la mayoría de los cuales festejaban cada punto que perdía deseando para su oponente todo lo mejor.
 
Fue Djokovic contra el mundo. Siempre pareció estar enfrentándose al planeta entero pero esta vez el mundo y la brillantez del juego de Alcaraz le doblaron finalmente las rodillas en un derrota sísmica que pareció anunciar el inicio de una nueva era y el final del tiempo de dominación del serbio.
 
Djokovic perdió mucho más que una final en el día de ayer. Perdió la ocasión de igualar el record de 8 victorias en Wimbledon que ostenta Roger Federer y también la posibilidad de igualar el record de 24 Grand Slams individuales que mantiene Margarita Court.
 
También dijo adiós a ser el primero en 50 años en completar el calendario de Grand Slams, el Abierto de Australia, el Abierto de Francia, Wimbledon y el Abierto de Estados Unidos en el mismo año. Esta ocasión difícilmente se le volverá a presentar.
 
Y ahora que Alcaraz ha alcanzado su mayoría de edad tenística, ahora que ha añadido un título de Wimbledon al Abierto de Estados Unidos que ganó el año pasado, Djokovic comprobará que sus oportunidades de sumar más Grand Slams a su colección de 23, van disminuyendo.
 
Justo en el mismo momento en que, por fin, veía fuera a Federer y a Rafa Nadal, justo cuando creía que tenía el camino despejado para ser el jugador con más títulos de los “Grandes”, va y descubre que aquel que pretende su trono ya no es un aprendiz. Alcaraz es ahora el verdadero reto.
 
Terminando casi la segunda final más larga de individuales masculinos en la historia de Wimbledon -una final que incluye un juego de 26 minutos que ganó Alcaraz- Djokovic fue consciente de todos y cada uno de sus 36 años.
 
Ha sido siempre un jugador que ha desafiado el paso del tiempo pero, en mi opinión, en el inicio del quinto set, Djokovic ya pareció mayor.
 
Dejó de correr a por alguna de las endiabladas dejadas que Alcaraz empezó a colocar sobre la red con cada vez mayor frecuencia. A esas dejadas cedió la derrota. Intentó ajustar sus saques pero ya no tenía ni el aguante ni la energía ilimitada que exhibía bailando el tipo que tenía al otro lado de la red.
 
Ver a Alcaraz era como ver a Mike Tyson en su juventud. Fue ver a un adolescente, un poco más que un muchacho, que empieza a darse cuenta del poder destructivo de su fuerza y de su vigor y verlo tan intoxicado de una garra y una potencia que a veces ni él mismo podía controlar.
 
Hubo unas ocasiones en las que Djokovic se tambaleó frente al rostro de esa juventud. Hubo otras en las que incluso él, ganador de 23 títulos de Grand Slams, el hombre que ha ganado los últimos cuatro títulos individuales masculinos de Wimbledon, simplemente resultó arrollado, sobrepasado.
 
Djokovic fue aplaudido por alguno de sus puntos pero Alcaraz es la nueva súper estrella del tenis y su juego tiene la clase de estilo que Djokovic jamás ha poseído. El serbio es un competidor, un genio pero no es espectacular como Alcaraz. Djokovic no cuelga el cartel de “no hay billetes”. Nunca lo ha colgado.
 
Así que mientras el serbio intentaba no rendirse, Alcaraz deslumbraba. Hubo veces en las que golpeaba un revés o un “passing shot” con tal violencia que el público no sabía si jadear o rugir. Al final rugían y jadeaban.
 
A menudo y al estilo de Tiger Woods, cuando ganaba puntos cruciales o los ganaba de forma espectacular, se giraba hacia el público, levantando su puño. He nombrado a Tyson y he nombrado a Tiger. Alcaraz es de esa estirpe. En los Estados Unidos ya lo habrían calificado de “un fenómeno”.
 
Y en el centro de la cancha………..Djokovic era un hombre normal. El jugador más grande de todos los tiempos reducido a un tipo corriente, una hoja de papel para el “nuevo”. ¡El rey ha muerto! ¡Larga vida al rey!. Es algo que puede suceder rápidamente en el deporte y ese algo, ocurrió delante de nuestros ojos ayer domingo.
 
Subiendo al ataque, explorando sus límites, disfrutando su talento, Alcaraz derrochó expresión, fuerza, libertad y atrevimiento. 
 
Pareció también algo “inmaduro” y eso es lo que verdaderamente asusta y da miedo. En cuanto aprenda a aprovechar completamente su potencial, se convertirá en un intocable.
 
Al final Djokovic se mostró debilitado por el juego de Alcaraz. Desgastado por todo. Había comenzado a acercarse pronto al español al principio del segundo set, después de haberlo barrido con un 6-1 en el primero. Alcaraz tuvo suerte con una red que le dio un punto de break que volvió loco al público. El serbio aplaudió sarcásticamente, riéndose de cómo el público festejaba aquel punto regalado por la suerte.
 
Vimos más momentos como este. Djokovic había ganado quince tiebreaks consecutivos antes de este partido y estuvo a un punto de ganar el décimo sexto al final del segundo set de ayer domingo, pero lo arruinó con un revés inusualmente débil, que por contra, ganó Alcaraz. Fue un verdadero presagio.
 
A la mitad del cuarto set, mientras el serbio intentaba volver a meterse en el partido y la multitud animaba al español, Djokovic ganó un juego y, sarcásticamente, se volvió hacia el respetable para dedicarle un beso. Igualmente utilizó el desafecto que le mostraba el público para mostrarse aún más desafiante.
 
Fue en el tercer juego del quinto set cuando Alcaraz lo rompió definitivamente y fue como si el serbio hubiese entendido entonces que su poderío se había acabado. Se dirigió hacia su silla y golpeó su raqueta contra el poste de la red con tanta violencia que la destrozó.
 
Arriba, en las gradas, cerca de la salida 211, lejos de la zona acotada para los “Royals” británicos, Andy Murray sentado y viendo el partido como un espectador más. Tal vez fuera también otro presagio para Djokovic.
 
La última vez que perdió en la pista central fue en la final de la edición de 2013 con Murray al otro lado de la red. Aquella derrota fue un problema sin importancia y el preludio del inicio de una época de grandes triunfos para él.
 
La derrota frente a Alcaraz tiene un regusto diferente. Significa el final de la vida de Djokovic en lo más alto, el día en el que lo vimos ya viejo y mayor









7 jul 2023

Kurt Ellis y Charlie Hunter en el Pérez Galdós

La verdad es que hacía tiempo que no asistía a un concierto pero a mediados del mes de junio alguien me envió el programa del Festival de Jazz de Canarias y vi que la Orquesta Metropole actuaría en la ciudad.

Me encantan las grandes orquestas y aunque no había oído hablar nunca de esta en concreto tuve claro que iba a comprar la entrada. Empecé a hojear el programa para ver qué otros músicos se dejarían caer por el Festival. Casi nadie conocido aparte de Richard Bona al que ya había visto varias veces en directo y que además tocaba gratis en el Sur de la isla, por lo que ya no sólo eran los 60 kilómetros de distancia sino que además había que estar de pie todo el concierto y me temía avalancha de personas atraídas por la palabra “gratis”, así que lo descarté.

Volví al programa y me llamó la atención Kurt Elling, un vocalista oriundo de Chicago que había ganado dos premios Grammy y que presentaba un trabajo titulado “Superblue”. Hice una búsqueda en Youtube y con un par de vídeos que visioné y alguna crítica que leí, lo añadí a la lista. Con esos dos conciertos me daba por satisfecho.

Una semana más tarde hablaba con mi amigo Óscar para saber si pensaba ir a alguno de los conciertos previstos por el Festival de Jazz. Me contestó que sí. Le apunté los dos que yo había elegido, estuvo de acuerdo y además sugirió uno más, el de Manu Katché. Así que con la ayuda inestimable de mi hija compré las entradas por internet para los dos.

El pasado domingo día 2 de julio acudimos al Teatro Pérez Galdós a escuchar a Kurt Elling que se anunciaba acompañado de Charlie Hunter.

Bastantes guiris en la entrada del Teatro. Pedí a una de las azafatas algún folleto sobre el cantante y su banda pero aquello ya había pasado a la historia. “Lo siento señor. No tenemos nada. La información está toda en la web” ¡Qué lejos quedan aquellos días en los que la sala te ofrecía una pequeña guía impresa con referencias del artista y de sus acompañantes para leer antes de sentarte en tu butaca o cuando ya sentado esperabas el inicio del concierto………..!

Entramos y ocupamos nuestros asientos. Fila 4, butacas 19 y 21

El concierto empezó puntualmente a la 20.30. Perfecta visión del escenario

Kurt Elling venía acompañado por Charlie Hunter a la guitarra, DJ Harrison a los teclados y Corey Fonville a la batería

Desde el primer tema me vi atrapado por unas potentes líneas de bajo que se sobreponían en mi cabeza por encima del resto de los instrumentos y del vocalista pero con la particularidad de que no había bajista. Ya entonces me fijé que era Charlie Hunter el que se encargaba de ejecutar el bajo con su guitarra.

Elling ocupaba la posición central del escenario y, por la situación de nuestras butacas, a duras penas me dejaba ver a Hunter pero me fijé que de su guitarra salían dos cables que yo presumía estaban conectados al amplificador Mesa Boogie Mark Five que pude identificar justo a su espalda y di por hecho que aquellos dos cables significaban que estaba tocando en estéreo pero, claro, aquellas líneas de bajo sonaban tan poderosas, tan diáfanas, tan cristalinas que solo más tarde entendí cómo era posible que obtuviese aquel sonido tan contundente.

El concierto fue avanzando con un Elling que me fue decepcionando cada vez más. Sin duda posee una voz enérgica y un buen registro que le permitió realizar algunos agudos que en mi opinión resultaron algo forzados pero, en cualquier caso, tengo que admitir que las críticas previas que había leído y que lo calificaban como “perteneciente por derecho propio al selecto grupo de vocalistas de jazz” o “el cantante que ha mantenido la llama del jazz en lo más alto” no respondieron a la realidad de lo que escuché en el Pérez Galdós ni mucho menos.

En la misma medida que disminuía mi interés por Elling, aumentaba mi atención por Charlie Hunter.

Tuvo pocas ocasiones para solear con la guitarra porque la mayor parte del tiempo se dedicó a mantener con el bajo y con la batería de Corey Fonville la sección rítmica de la banda, pero las veces que lo hizo me conquistó. ¡Qué magnífico guitarrista y bajista a la vez! No utilizó púa en ningún momento. Con sus dedos sacaba un sonido gordo y cremoso que inundaba la sala con fraseos cortos y precisos de guitarra acompañados de unas deliciosas líneas de bajo que si uno cerraba los ojos jamás habría pensado que salían del mismo tipo que, a la vez, estaba tocando la guitarra.

En un momento dado el batería comenzó a ejecutar un solo. Hunter se levantó de su asiento como para estirar las piernas y entonces entendí el porqué de aquel sonido. ¡El tipo tocaba con dos amplificadores! El Mesa Boogie de guitarra por un lado y un pedazo de Ampeg de bajo por otro. No es que estuviera tocando en estéreo, sino que los dos cables estaban enchufados a dos amplis distintos.

Esta configuración no la había visto nunca antes y he tenido que investigar en la red y preguntar a mi SMA para ver cómo y por qué.

En pocas palabras, Hunter utiliza una guitarra de 7 cuerdas en la que los trastes no son paralelos, sino que están dispuestos en forma de abanico. Éstos están más juntos respecto de las cuerdas agudas y más separados en las cuerdas gruesas. El puente es independiente para cada cuerda, por lo que la distancia de cada cuerda entre el puente y la cejuela también es distinta. La séptima cuerda, la más grave, es la que mayor distancia presenta y con ello se consigue un timbre de bajo más rico y completo. La guitarra dispone de dos pastillas, una de bajo y otra de guitarra, con salidas independientes. La señal de las cuerdas graves va al amplificador de bajo y la de las agudas al de guitarra.

DJ Harrison a los teclados y Corey Fonville a la batería hicieron un trabajo correcto. El teclista estuvo casi todo el tiempo tocando un Fender Rhodes que yo no escuchaba muy bien y el batería hizo un par de solos que tampoco me dijeron mucho pero en general ambos cumplieron perfectamente.

El concierto llegó a su fin tras una hora y media. Parte del público se levantó encantado de sus butacas aplaudiendo a rabiar a Kurt y los suyos aunque no lo entendí muy bien. El concierto me pareció del montón y, en mi opinión, solo lo salvó Charlie Hunter con sus escasos solos de guitarra y con su soberbio manejo de las líneas de bajo.

Ellis y Hunter volvieron a escena para hacer un único bis, un blues, en el que el guitarrista/bajista volvió a brillar con altura con su ejecución y que terminó con un Kurt Ellis haciendo carantoñas al público durante tres o cuatro minutos que me dieron un poco de vergüenza ajena, aunque una parte del público se moría de risa con ellas.

En fin que salimos del Teatro comentando nuestro desencanto con Kurt Ellis y coincidiendo sin género de dudas en que los Grammy eran unos premios bastante devaluados





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