El sábado 15 de julio llegó la cita
musical que más esperaba de esta edición 2023 del Festival de Jazz
de Canarias: la Metropole Orkest.
Como ya comenté, nunca antes había oído hablar de esta orquesta pero yo es que me derrito con las “Big Bands” norteamericanas de los años 30, 40 y 50 del pasado siglo y la Metropole Orkest era lo más parecido a ellas que nos ofrecía este año el Festival de Jazz. Fue el único concierto que tuve claro desde el principio que no me iba a perder.
Mirando
en su web lo primero que me sorprendió fue descubrir que no era una
formación alemana como yo pensaba, sino originaria de los Países
Bajos.
Según
comentan en su página “fue
en 1945 cuando el gobierno holandés y la Familia Real desde su
exilio en Londres
tomaron una importante decisión. Los holandeses necesitaban una
orquesta que llevase al pueblo felicidad y esperanza”
y parece que de ahí nació la Metropole Orkest que a
día de hoy se anuncia como “la
orquesta de pop y jazz
más importante del mundo”.
Ha ganado
cuatro premios Grammy.
El
concierto empezaba a las siete de la tarde, pero desde casi media
hora antes ya se podía acceder al interior del recinto. Esta vez la
sala elegida por la organización fue el Teatro Cuyás en el barrio
de Triana de la capital gran canaria. Sólo la imposibilidad material
de poder contar con el Auditorio Alfredo Kraus puede explicar el
porqué de esta elección.
A
medida que nos acercábamos a nuestros asientos y al ver la gran
cantidad de sillas junto con sus correspondientes atriles para
partituras, coincidimos en el enorme esfuerzo logístico que debe
significar traer una orquesta de este calibre a nuestras islas.
En
la actualidad la Metropole Orkest la componen cuarenta y nueve
músicos. Catorce violines, cinco violas, cuatro violonchelos, un
bajo y dos contrabajos, un batería, dos flautas, una guitarra
eléctrica, un arpa, una tuba, un oboe, dos percusionistas, dos
pianistas, cinco saxos, tres trombones de vara y cuatro trompetas. Al
frente de todos y desde hace un par de años, la directora
japonesa Miho Hazama. A ellos se une otro equipo de personas
encargadas de la instalación, montaje y asistencia a los músicos.
Nuestros
sitios estaban localizados en el patio de butacas. Fila 5, asientos 16 y 18. Perfecta
visión del escenario
A
las siete menos cuarto empezó a entrar la sección de cuerdas y poco
a poco fue ocupando los lugares asignados a la izquierda del
escenario. Los violines en primer término, los violonchelos detrás
y luego las violas y el arpa. En la parte trasera se situaron los
vientos que ocupaban todo aquel espacio del escenario. Delante de
ellos el contrabajo, la batería y el guitarrista. Finalmente, y el
más cercano al público, el piano.
Los
cuarenta y nueve músicos aparecían abigarrados sobre un escenario
en el que a duras penas cabían y, como consecuencia de ello, ni el
batería, ni el guitarrista ni la mitad de la sección de vientos
estaban dentro de nuestro campo de visión ocultos por la
voluminosidad del piano y la posición que ocuparía más tarde la
vocalista.
Una
vez todos colocados, una de las violinistas se levantó y empezó a
dar instrucciones de afinación a toda su sección.
Y
el concierto dio comienzo con la entrada de la directora
Tras
el primer tema, Miho Hazama se dirigió al público en español para
darnos las gracias por nuestra asistencia y algo más que no recuerdo
para acto seguido y ya en inglés dar entrada a Kandance Spring que
era la cantante invitada que venía de gira con la orquesta
Kandance
Springs es una vocalista y pianista de jazz estadounidense nacida en
Tennesse. Ha publicado cuatro discos y viene colaborando con la
Metropole Orkest desde 2016.
Los
temas, perfectamente ejecutados y envueltos en el tono cálido de la
voz de la norteamericana, hicieron que el concierto resultase muy
agradable de escuchar. Como me decía un amigacho “la orquesta se
ha ajustado a la vocalista”. Y de hecho, era exactamente así. La
productora artística de la Orquesta reconocía en un diario local
haber hecho un recorrido por los distintos temas de los cuatro
álbumes publicados por la yanqui para preparar el repertorio.
Kandance Spring alternaba temas en los que solo cantaba con otros en
los que además tocaba el piano destacando notablemente en ambos
aspectos. Sin embargo, la directora, de forma incomprensible, insistía
antes del inicio de cada tema en hacerle una especie de entrevista
personal a la vocalista. Qué cuál era el origen de la canción,
cuáles los motivos que le habían inspirado al componerla, que cómo
habían sido sus inicios en el mundo de la música, que cómo había
influido su padre en su formación…….vamos, algo absolutamente
prescindible. ¡Y todo en inglés! Juraría que el tiempo que utilizó
en hacerle estas preguntas frente a un público no angloparlante, lo
hubiésemos preferido empleado en un par más de canciones.
Tengo
que reconocer que me gustó el espectáculo aunque, ni de lejos,
llegó a los niveles de placer que me ofreció la Glen Miller Band
cuando actuó en el Pérez Galdós hace unos años. Desde luego
resulta evidente que cualquier músico estaría encantado de que sus
composiciones fueran ejecutadas por una orquesta. La riqueza y
profundidad tonal que una orquesta añade a una pieza musical es
impresionante pero en el caso de estos holandeses, la presencia de
tantos violines, violas y violonchelos atenuaba todo, le restaba, en mi opinión,
fuerza y tensión jazzística a los temas dejándolos un poco huérfanos de la
frescura, el nervio y la energía que despliegan las Big
Bands norteamericanas como las de Duke
Ellington, Benny Goodman, Cab Calloway o Glenn Miller por
citar a algunos y que en sus formaciones sólo cuentan con vientos y
pianos dejando las cuerdas solo a una guitarra eléctrica para proyectar con los saxos, las trompetas, los trombones de vara y los clarinetes una potencia y una garra musical que te deja pegado a la butaca.
El
concierto llegó a término y el público en pie se mostró
enfervorizado una vez más. Tanto que hasta vi a la propia Kandance
sorprendida ante semejantes muestras -desmesuradas en mi opinión-
de inquebrantable adhesión. La orquesta y a la vista de ello ejecutó
dos bises pero una vez finalizados y tras abandonar el escenario, los
gritos de “¡bravo!” se repetían ad infinitum y la
norteamericana tuvo que volver a salir a escena para interpretar un
tema más -me dio la impresión que se les había acabado el repertorio- de su propia
cosecha.
Total
que pasé un buen rato. Dí por bien empleados los 42 euros de la
entrada y luego terminamos la noche cenando amigablemente y de
tertulia en uno de los restaurantes de la zona.
PD: En las giras de Frank Zappa el repertorio de la banda solía incluir entre 90 y 110 canciones. A sus músicos les daba el listado concreto de temas para cada concierto 45 minutos antes del inicio. A él nunca le habría ocurrido
No hay comentarios:
Publicar un comentario