El otro día le tocó el turno a Bill Evans.
La cita era a las 20.30, una vez más en el Cicca y como siempre quedamos un poco antes para tapear y bebernos algunas cañas de cerveza en plan calentamiento previo, como hacen los futbolistas antes de comenzar el partido.
La sala se llenó al completo.
El concierto arrancó con cinco insignificantes minutos de retraso, que nos fueron devueltos con creces con un espectáculo de más de dos horas de duración, rebosante de un jazz rock vibrante e intenso.
La gira de Bill Evans y la Soulgrass Band por España hacía parada en Gran Canaria el 19 de noviembre, tras haber actuado un día antes en Santander, para seguir hacia Barcelona primero, Lérida después y finalmente acabar en Burgos.
Como digo, el concierto comenzó con sólo cinco minutos de retraso y tras un soberbio primer tema, Bill Evans nos presentó a los miembros de la Soulgrass Band: Mark Egan al bajo, Mitch Stein a la guitarra, Josh Dion a la batería y Ryan Canavaugh al banjo.
A partir de ese preciso momento, comenzó un concierto glorioso, memorable de los que dejan huella, cargado de técnica y encanto.
Bill Evans y su banda no sólo realizaron una función sobresaliente, sino que ofrecieron una clase práctica de lo que, al menos para mi, significa la música de jazz. Fue una lección de los fundamentos musicales, de las bases rítmicas y melódicas sobre las que se asienta, de la libertad interpretativa que recae sobre el ejecutante y que hicieron del recital un espectáculo repleto de una belleza exquisita, a veces cargado de swing, a veces lleno de sabor y sentimiento, en el que el desarrollo de la melodía se configuraba como elemento vertebrador, dejando al músico absolutamente libre para explorar e improvisar sobre la estructura del tema que se ejecutaba.
No creo que interpretasen más de una docena de temas en todo el concierto, pero eso sí, eran bastante largos.
De esta forma y mientras que con Lady Dottie teníamos un grupo de magníficos ejecutantes a los que no se les podía poner ni una sola pega, ni reparo, sin embargo, la música que interpretaban iba siempre en línea recta, quiero decir, el tema empezaba aquí y seguía directo hasta su finalización, sin concesiones de ningún tipo, más o menos como ocurre en las novelas, que nos encontramos con una introducción, un nudo y un desenlace.
Con Bill Evans la vaina funcionaba de otra manera. El tema arrancaba y también contenía los mismos parámetros señalados de las novelas, pero lo que equivaldría al nudo en un relato, con Evans no se desarrollaba en línea recta hasta su fin como con la banda de San Diego, sino que oscilaba, alejándose más o menos de la melodía primitiva, llegando incluso tan lejos, que aquella por un momento quedaba solapada, oculta para, de pronto, con una precisión deliciosa, ejecutar un “hold” que te devolvía de nuevo a la melodía inicial. Así, cada canción podía contener varios temas en su interior, perfectamente diferenciados, llenos de cuidados arreglos, de los matices que Evans desplegaba al solear con su saxo, en mi opinión, realzados por el extraordinario trabajo desarrollado por la poderosísima sección rítmica que formaban Mark Egan al bajo y Josh Dion a la batería. Ambos rellenaron todos los espacios y huecos que dejaban el resto de instrumentos, confiriendo al sonido de la banda una riqueza tonal superlativa. Si tuviese que elegir a algún miembro de la banda de Evans para formar una nueva, de todas todas, me quedaría con Egan y con Dion.
Los temas como digo eran bastante largos, pero al contrario que con Al Dimeola, me mantuvieron atento en todo momento. Evans y los suyos no te daban ocasión a distraerte. El discurso musical de los miembros de la banda era tan brillante, que no había manera de perder la concentración en la actuación. Aún así, tengo que reconocer que en más de una ocasión reparé en que llevaba un rato hipnotizado con la ejecución del bajista y del batería, éste último, sin ningún género de dudas, el mejor que he visto en mi vida.
La actuación de Mark Egan, fue sencillamente magistral, cum laude. Soberbia su digitación y su manejo de los silencios. Nada que ver con el bajista de Lady Dottie, que aún desplegando una ejecución muy correcta, relegaba su instrumento a meras tareas de base rítmica. Mark Egan.....¡no es de este mundo! Como comentaba más atrás, el excelente fraseo de Bill Evans al saxo, encontraba el realce más absoluto gracias a la ejecución de Egan que ya digo, abarcaba todos y cada una de las parcelas que una sección rítmica está obligada a cubrir. Y es que había recibido lecciones, ¡nada menos!, que de Jaco Pastorius.
De Josh Dion a la batería.....¿qué decir? Se habla de él como un “singing drummer”, pero creo que no le hace justicia ese calificativo. El tipo lo tiene todo, precisión, expresividad, sentimiento, fuerza, minuciosidad, detalle. Jamás tuve antes ocasión de ver un batería tan completo en un escenario, lo mismo tocando de forma potente como suave, interpretando temas a volumen alto y a volumen bajo. Encima........¡¡¡Dion canta de forma excepcional!!!. No habíamos llegado a la mitad del recital todavía, cuando Evans, que hablaba un inglés muy clarito, nos dijo que el siguiente tema se titulaba Georgia y que sería cantado por el batería. ¡Im-pre-sio-nante! ¡Qué voz! Aterciopelada, cálida y llena de feeling unas veces y dura, contundente y desgarrada en otras. ¡Con qué precisión más exquisita cantaba y tocaba a la vez! Cuando acabó este tema, me vi gritándole bravos y a otros poniéndose en pie enfervorizados ante la belleza de lo que acabábamos de escuchar. Después me enteré que es endorser de Yamaha.
Ryan Canavaugh hizo sonar su banjo como nunca pensé que pudiese sonar este instrumento , al que yo siempre relacionaba, estrictamente, con la música country de los Estados Unidos profundos. Nada más lejos de la realidad. El banjo estaba perfectamente integrado dentro de la banda en su conjunto y fue el propio Evans el que nos comentó más o menos que “no suele ser muy habitual en una banda de jazz incorporar un banjo, porque se piensa que no casa muy bien con este tipo de música, pero yo no opino igual” y desde luego acertó. Canavaugh recorría el estrecho mástil de su banjo a velocidad supersónica y fraseaba de una forma que parecía estar tocando sobre un brazo ancho, como el de un bajo de seis cuerdas. Y, desde luego, cuando usó saturación, ¡¡sí, con un banjo!! levantó al respetable de los asientos. También me gustó mucho.
El guitarrista quizás fue el que menos destacó. Se marcó algunos muy buenos solos, pero se mantuvo siempre en un discreto segundo plano. O al menos es lo que me pareció.
Como digo, tras dos horas y pico, el concierto llegó a su fin.
Salí del Cicca muy a gusto después del espectáculo de Bill Evans y la Soulgrass Band. Sin duda ofrecen un directo sobresaliente, altamente recomendable y hubiese sido un pecado mortal, de los que no se perdonan ni siquiera con bula papal, habérmelo perdido.
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