26 dic 2009

La Glenn Miller Orchestra y yo....muerto





Siempre me había dicho a mí mismo que antes de pasar a mejor vida tenía, necesariamente, que ver en directo una big band. Me encantan estas formaciones, pero nunca había tenido la oportunidad de ver una en vivo. Hará cosa de un mes y pico llegó la primera ocasión: la Big Band de Canarias, un proyecto impulsado por el guitarrista grancanario Yul Ballesteros y el saxofonista tinerfeño Quique Perdomo que -todo hay que decirlo- con un esfuerzo ímprobo, lograron reunir a un puñado de virtuosos canarios de la música de jazz. Digo lo del importante esfuerzo, porque al estar formada la banda por músicos -nada menos que diecisiete- de las siete islas pues....., imaginen los ensayos...hay que coger un barco o un avión, súmenle alojamiento y manutención, trasladados, vamos, que todo el despliegue logístico que ya de por sí implica un concierto en directo, se ve agravado cuando el territorio está separado por agua. Dicho esto, tengo que reconocer que me llevé un "palo" con la actuación de esta banda. La dirección de la misma corría de la mano de Dick Oatts, uno de los encargados de la Vanguard Jazz Orchestra y eso fue lo que ofreció la banda. Un concierto de jazz de vanguardia puro y duro interpretado por una big band. La verdad es que aquella noche estaba bastante cansado y cuando Yul nos dijo que se tomaban un descanso de 20 minutos, me levanté y me fui bastante decepcionado, no con los músicos, sino con el repertorio: yo quería escuchar jazz de los años cuarenta , Dizzy Gillespie, Count Basie, Lionel Hampton, Benny Goodman.......total, que después del magnífico espectáculo que nos había ofrecido Bill Evans, me quedaba la Glenn Miller Orchestra..............y por fin, puedo morir en paz.

Bueno, bueno, no hay palabras. Recuerdo que mis padres tenían en casa un disco de la banda sonora original de la película Música y Lágrimas -en inglés creo que era The Glenn Miller Story- que con el famoso In The Mood me enganchó casi al instante y que escuchaba una y otra vez, hasta que terminé aprendiéndome de memoria casi todas las melodías de la banda sonora, dónde caía un redoble de caja o cuando y donde entraba un saxo.

¡Encima, no sólo tocaron casi todos los temas del disco! Moonlight Serenade, Tuxedo Juction, Jarrita Marrón, Pennsylvania 6-5000, American Patrol, Collar de Perlas.......sino que los arreglos sonaron exactamente igual al vinilo que tenían mis viejos, lo que para alguien como yo que de lo único que puede presumir, musicalmente hablando, es de tener buen oído, resultó extraordinario. Cerrabas los ojos y estabas en 1939.

Cinco saxos, cuatro trompetas, cuatro trombones de vara, pianista, contrabajo y batería dirigidos por Ray McVay. ¡Cómo sonaban! ¡Bestial! Tenían un trompetista de no más de veinticinco años soberbio. Un clarinetista también muy joven, perfecto, los saxos, espectaculares, los trombones de vara.......¡sublimes!, el batería, el pianista, los dos vocalista, -un hombre y una mujer- desparramaban un swing bellísimo, en pocas palabras, la banda ofreció un concierto poderoso, redondo y completo. Todos tuvieron espacio para solear y todos lo hicieron de forma magistral. Se levantaban, avanzaban hasta el borde del escenario y se marcaban su solo. En una de las ocasiones, los cuatro trombones bajaron del escenario y se colocaron en la parte trasera del patio de butacas del Teatro, así los teníamos a ellos detrás y al resto de la banda frente a nosotros. ¡El efecto sonoro fue sensacional!

Disfruté el concierto desde el minuto uno hasta el último. Me gustó todo. La música, por supuesto. Pero también la puesta en escena. En la primera parte aparecieron perfecta y pulcramente uniformados, con traje rojo y corbata de pajarita, para, después, en la segunda parte del espectáculo, lucir uniformes del ejército americano ya que como saben, Miller formó y dirigió la Glenn Miller Army Force Band allá por 1942, cuando los USA entraron en la II GM. En mi humilde opinión, si Glenn levantase la cabeza comprobaría que la oficina de Glenn Miller en Nueva York funciona perfectamente.

Total, que salí del Pérez Galdós extasiado por un lado y jodido por otro, porque el elevadísimo precio del concierto -60 euros- me impedía repetir asistencia al día siguiente. Si no llega a ser por ese motivo, me hubiese metido a verlos y escucharlos de nuevo.

Por cierto, la mayoría de los asistentes al concierto -muchos alemanes y guiris de otros países- daban la impresión de haber bailado la música de Glenn Miller cuando Glenn en persona dirigía la orquesta. Vamos, que nosotros -algunos en sus cuarenta y otros en sus cincuenta- éramos los pibitos del público.

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