La modificación de la Ley sobre el aborto que
ha pergeñado el PP está levantando una importante polvareda. Son numerosos los
artículos publicados en prensa al respecto.
Entre ellos los hay que se muestran
abiertamente a favor de esta medida adoptada por el partido en el Gobierno y
los hay que se manifiestan radicalmente en contra. Finalmente tenemos a
aquellos a los que sólo les separan matices más o menos profundos porque, de
alguna manera, coinciden en uno o en varios aspectos de la citada modificación legal.
Objetivamente mirado, todo se reduce a
decidir qué derecho debe predominar sobre el otro. El de la mujer sobre el del
nasciturus o el del no nacido sobre el de su futurible madre.
Por un lado, se puede pensar legítimamente
que el derecho de la mujer a decidir sobre el aborto es un derecho absoluto,
erga omnes. El lema “nosotras parimos, nosotras decidimos” o los razonamientos
que no consideran la existencia de un ser humano hasta que no transcurre un
plazo de tiempo determinado como argumentos a favor resultan impecables,
lícitos y completamente democráticos.
Por otra parte, es igualmente legítimo pensar
lo contrario, es decir, que el derecho de la mujer a decidir sobre el aborto no
es pleno y que, por ejemplo, cuando debe confrontarse con el del nasciturus, es
el de éste último el que debe prevalecer. La consigna “Sí a la vida” o las
reflexiones que estiman que ésta existe desde que se produce la unión del óvulo
con el espermatozoide como argumentos en contra resultan impecables, lícitos y
completamente democráticos.
Y la verdad es que en nuestra democracia cada
cual puede defender libremente la opción que considere más oportuna, por eso
sorprende que de todos los adjetivos calificativos que podría haber utilizado
el líder del principal partido de la oposición para criticar la nueva norma,
haya elegido señalarla como una “ley de extrema derecha”, estigmatizando
gratuítamente a una parte importante de la ciudadanía que, al manifestar su
posición al respecto, solo está ejerciendo su derecho legítimo a
decantarse por una de las dos alternativas que se ofrecen a su elección. ¿Carne o pescado?
Parece que todos aquellos cuyas sinceras convicciones morales les colocan en contra del
aborto solo pueden ser de ultraderecha. La mujer que de forma consciente y razonada cree que el derecho a la
vida del nasciturus debe prevalecer frente al de ella misma a abortar, no expresa democráticamente su parecer, sino que es una
reaccionaria ultraderechista que sólo merece desprecio público por sus ideas.
En realidad, lo único objetivo que subyace es
que situarse en una posición distinta de la del señor Rubalcaba respecto al
aborto, aunque sea aquélla legítima y debida, basta para merecer la marca del
estigma. No se es tachado de ultraderechista como consecuencia de la opinión que
se mantiene sobre las bondades de la carne, sino porque la opción elegida es la contraria de la del
interlocutor, que adora el pescado.
A lo mejor es ésta la tolerancia de la que hablaba ZP
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