Hoy,
mientras hacía cola para fichar a la salida del trabajo, el compañero que
también esperaba a mi lado me dijo “¡joder pero qué guapa la bandera en el casco!,
¿dónde la pillaste?” y me di cuenta que las cosas van cambiando.
Hace
cinco o seis años estaba en la sobremesa de la comida de Navidad con los
compañeros del trabajo. La escena la forman quince o veinte personas sentadas
alrededor de una mesa departiendo amigablemente. En eso me levanté para
cambiarme de sitio, cogí el casco, la chaqueta y no me había sentado en la otra
silla todavía cuando un cretino de
mi edad que tenía al lado, delante de todos y en plan gracioso me dijo “esa bandera la llevaba una gente en el reloj
cuando estaba en el instituto”. Juro que intenté una y otra vez evitar conflicto
alguno, pero aquel tolete siguió y siguió insistiendo con chascarrillos, dando a entender que,
poco menos, el hecho de llevar la bandera en el casco me convertía en un facha y
claro…….., me encontró. Al poco
escuché a lo lejos la voz de una muy buena compañera, más veterana, que me gritaba
imperativamente “¡Víctor ya está bien!” Y entonces me callé y volví a la
realidad y me di cuenta del silencio ensordecedor que se había adueñado de
aquella reunión mientras el cretino estaba medio hundido en su silla encajando
los cintazos que le había dado y sin saber muy bien para dónde mirar. Me lo
cruzo de vez en cuando en el trabajo y estoy seguro de que jamás volverá a
hacerse el graciosillo.
Si
hay algo que tengo que agradecer a los golpistas catalanes es que han hecho
resurgir el orgullo de ser español en todo el territorio nacional. Aún me
produce alegría comprobar los numerosos balcones en los que sigue colgada la
bandera Nacional y no juega la selección.
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