4 ene 2015

Adeste Fideles


El otro día encendí la tele y empezaba una película. Estaba basada en hechos reales y casi sin darme cuenta había mantenido mi atención quince minutos seguidos.
La historia se desarrollaba durante la Primera Guerra Mundial, concretamente, la víspera del día de Navidad de 1914.
En una de las líneas del frente occidental abierto por Alemania con la invasión de Bélgica y Luxemburgo en el mes de agosto de aquel año, unidades de tres Ejércitos distintos se enfrentaban desde trincheras separados por un espacio de terreno de no más de 300 metros.
Por un lado, un batallón escocés del Ejército británico. Por otro, uno del Ejército francés y finalmente un tercero del Ejército alemán.
La película, que no contaba con actores de renombre y daba la impresión de que tampoco con mucho presupuesto, reflejaba bastante bien la vida diaria en el interior de una trinchera. Los soldados pasaban casi todo el día en tensión, yendo de aquí para allá a través de los estrechos corredores cavados en la tierra para atacar y defenderse. Las ráfagas de ametralladora se sucedían con frecuencia, mientras las bombas de mano explotaban a pocos metros, llenando de barro las caras de unos soldados que se parapetaban dónde y como podían.
No recuerdo el motivo, pero el mando alemán había ordenado el envío a los distintos frentes de centenares de pequeños árboles de navidad.
Después de un día de refriega y constantes escaramuzas, la oscuridad de la noche puso fin a las hostilidades por aquella jornada, permitiendo a las tropas un descanso. Unos limpiaban sus fusiles, otros aprovechaban el tiempo para cenar, para escribir a sus familias o para intentar dormir un poco.
De pronto, el silencio de la noche se vio interrumpido por el agudo sonido de una gaita procedente de la trinchera británica. La canción, sin duda de origen popular, casi de inmediato fue acompañada por las voces de las tropas escocesas que, por la cercanía entre ellos, alemanes y franceses escuchaban con clara nitidez. Cuando terminó, cierta zozobra se adueñó de los rostros de muchos de los soldados en las tres trincheras. De repente, un soldado alemán cogió uno de los árboles enviados por el mando, salió empuñándolo de su trinchera y poniéndose a tiro de cualquiera de los contendientes, comenzó a interpretar a capella “Noche de Paz”, mientras el resto de los alemanes colocaban más árboles a lo largo de toda la línea de su trinchera, dejándolos a la vista de sus enemigos.
La emoción iba in crescendo. Al acabar el villancico, el gaitero escocés, que también había salido de su trinchera, que también se había puesto a tiro de sus enemigos, volvió a hacer sonar la gaita, pero esta vez no era una tonada popular del folklore de su país, sino otra bien distinta pero común a todos ellos, el “Adeste Fideles”. En cuanto el alemán escuchó los primero acordes no pudo reprimirse y, acompañados por una armónica que surgió de la trinchera francesa, la interpretaron juntos. “Venite adoremus Dominum”
Los tres tenientes al mando de cada uno de los batallones, se quedaron desconcertados ante aquellas muestras de confraternización, pero a la vez abrumados por cómo se habían desarrollado la situación. No sabían muy bien qué hacer y decidieron parlamentar. Acordaron el cese de hostilidades por aquella noche, permitiendo que los cuerpos de los compañeros caídos pudieran ser retirados. Y a eso se dedicaban cuando un sacerdote del contingente escocés, en un momento dado dijo en voz alta y con los brazos abiertos: “In nomine Patris, et Filii et Spiritus Sancti” y no hubo ni un solo soldado que no dejase lo que estaba haciendo para, de forma automática, dirigir su mirada al cura, persignarse con la señal de la Cruz y rematar las palabras de aquél con un “Amén”
La misa finalizó y el escocés comenzó a administrar la extremaunción a los muertos franceses y a los alemanes.
En aquel momento no eran alemanes, ni escoceses, ni franceses, eran simples hombres que compartían una misma herencia histórica, unas mismas raíces, una misma civilización y por eso, cuando el sacerdote dijo “Dominus Vobiscum”, todos sabían que había que responder “Et cum spiritu tuo”.
Pronto volvieron cada uno a sus trincheras respectivas.
Al final, los tres batallones fueron disueltos por sus mandos, los tenientes tachados de indignos y los soldados enviados a otros frentes como castigo por haber confraternizado con el enemigo.
Y entonces me acordé de la polémica que se formó en España con la retirada de los Crucifijos de los colegios públicos. También recordé a todos los que son renuentes a admitir nuestra pertenencia a la misma civilización que aquellos soldados de la Navidad de 1914, con los que compartimos tradiciones transmitidas a lo largo de la Historia y cuyo origen reside en una persona que murió en una Cruz, en su Padre y en su Madre.
¿Qué más da que uno sea creyente o no? Yo no lo soy, pero reconozco que Jesucristo está en el origen de la civilización a la que pertenezco y que muchos de los valores morales que la conforman provienen de Él. Medimos el tiempo a partir de su nacimiento y descansamos los domingos, porque su Padre decidió que el séptimo día de la semana debía dedicarse a ello. Por eso me pareció mal la retirada de los Crucifijos de los colegios públicos y fue ese uno de los motivos que me impulsaron a matricular a mi hija en un centro que le garantizase el conocimiento de la herencia histórica y de la civilización cristiana a la que pertenece. Que después se haga monja o miembro de una banda de “Ángeles del Infierno” me resulta irrelevante.
Cuando Zapatero hablaba de la “Alianza de Civilizaciones” parecía olvidar que la nuestra es la Civilización Cristiana


2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo. La realidad de quiénes y cómo somos no se cambia con unas elecciones o un decreto ley.La Historia es algo que se puede reescribir pero la realidad y origen de las cosas no la cambia una ideología, moda o pensamiento. No es obligatotio estar orgulloso de la historia del pueblo al que uno pertenece, pero sí conocerla y no ocultarla. La libre convivencia debe respetar las costumbres no dañinas para evitar injusticias y abusos. "Somos lo que somos" y si alguien no está de acuerdo con esta sencilla expresión se niega a sí mismo y vive un su ficción, que tiene todo el derecho a hacerlo, pero nunca a imponerlo.

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  2. Totalmente de acuerdo. La realidad de quiénes y cómo somos no se cambia con unas elecciones o un decreto ley.La Historia es algo que se puede reescribir pero la realidad y origen de las cosas no la cambia una ideología, moda o pensamiento. No es obligatotio estar orgulloso de la historia del pueblo al que uno pertenece, pero sí conocerla y no ocultarla. La libre convivencia debe respetar las costumbres no dañinas para evitar injusticias y abusos. "Somos lo que somos" y si alguien no está de acuerdo con esta sencilla expresión se niega a sí mismo y vive un su ficción, que tiene todo el derecho a hacerlo, pero nunca a imponerlo.

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