4 ene 2014

¿Carne o pescado?


La modificación de la Ley sobre el aborto que ha pergeñado el PP está levantando una importante polvareda. Son numerosos los artículos publicados en prensa al respecto.

Entre ellos los hay que se muestran abiertamente a favor de esta medida adoptada por el partido en el Gobierno y los hay que se manifiestan radicalmente en contra. Finalmente tenemos a aquellos a los que sólo les separan matices más o menos profundos porque, de alguna manera, coinciden en uno o en varios aspectos de la citada modificación legal.

Objetivamente mirado, todo se reduce a decidir qué derecho debe predominar sobre el otro. El de la mujer sobre el del nasciturus o el del no nacido sobre el de su futurible madre.

Por un lado, se puede pensar legítimamente que el derecho de la mujer a decidir sobre el aborto es un derecho absoluto, erga omnes. El lema “nosotras parimos, nosotras decidimos” o los razonamientos que no consideran la existencia de un ser humano hasta que no transcurre un plazo de tiempo determinado como argumentos a favor resultan impecables, lícitos y completamente democráticos.

Por otra parte, es igualmente legítimo pensar lo contrario, es decir, que el derecho de la mujer a decidir sobre el aborto no es pleno y que, por ejemplo, cuando debe confrontarse con el del nasciturus, es el de éste último el que debe prevalecer. La consigna “Sí a la vida” o las reflexiones que estiman que ésta existe desde que se produce la unión del óvulo con el espermatozoide como argumentos en contra resultan impecables, lícitos y completamente democráticos.

Y la verdad es que en nuestra democracia cada cual puede defender libremente la opción que considere más oportuna, por eso sorprende que de todos los adjetivos calificativos que podría haber utilizado el líder del principal partido de la oposición para criticar la nueva norma, haya elegido señalarla como una “ley de extrema derecha”, estigmatizando gratuítamente a una parte importante de la ciudadanía que, al manifestar su posición al respecto, solo está ejerciendo su derecho legítimo a decantarse por una de las dos alternativas que se ofrecen a su elección. ¿Carne o pescado?

Parece que todos aquellos cuyas sinceras convicciones morales les colocan en contra del aborto solo pueden ser de ultraderecha. La mujer que de forma consciente y razonada cree que el derecho a la vida del nasciturus debe prevalecer frente al de ella misma a abortar, no expresa democráticamente su parecer, sino que es una reaccionaria ultraderechista que sólo merece desprecio público por sus ideas.

En realidad, lo único objetivo que subyace es que situarse en una posición distinta de la del señor Rubalcaba respecto al aborto, aunque sea aquélla legítima y debida, basta para merecer la marca del estigma. No se es tachado de ultraderechista como consecuencia de la opinión que se mantiene sobre las bondades de la carne, sino porque la opción elegida es la contraria de la del interlocutor, que adora el pescado. 

A lo mejor es ésta la tolerancia de la que hablaba ZP






 

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