8 mar 2024

¡Guapa!

 



Mi padre tiene 89 años y el otro día fuimos juntos a Leroy Merlin a buscar unos perfiles con los que quería cubrir un manojo de cables que tenía sueltos por el suelo de la terraza. 

Estuvimos mirando por aquí y por allá, vimos unos que eran muy largos, otros muy cortos y al final nos dimos cuenta que ninguna de las soluciones que nos ofrecía Leroy servían para lo que buscábamos.

Total, que como en la casa que tenemos en Valsequillo y a la que lo llevo todos los sábados, estamos siempre entre chapuzas y agricultura le dije que, como teníamos tiempo, podíamos ir a echarle un vistazo a la sección de herramientas a ver si encontrábamos alguna que no tuviéramos y nos pudiera hacer falta. Negativo. Tenemos todo tipo de herramientas y aunque no son tan modernas como las que vimos en Leroy, cumplen su función perfectamente por lo que, después de disfrutar un rato admirando taladros percutores, radiales, clavadoras neumáticas de tachas, sierras circulares, llaves de tubo y lijadoras de banda, todo de última generación, enfilamos la salida con las manos vacías. 

Y en esas estábamos, cuando al pasar por la sección de jardinería me acordé de nuestra sulfatadora.

Tenemos numerosos árboles frutales que en los primeros meses de cada año y antes de que les nazcan las flores deben ser sulfatados para evitar que la fruta que dan sobre mayo y junio aparezca con larvas de insectos. De esta tarea me vengo encargando desde hace muchos años. 

Nuestra sulfatadora es bastante “mayor” pero como dije más atrás, venía cumpliendo su función perfectamente. Es de las que te cuelgas en la espalda después de mezclar el fungicida elegido con quince litros de agua. Dispone de una palanca en el lado izquierdo con la que bombeas presión y una lanza que manejas con la derecha por donde sale el agua pulverizada que rocías sobre los matos.

A principios de 2023 me atacó una epicondilitis en el codo izquierdo, el famoso codo de tenista, que me impidió totalmente el sulfatado. Todos los albaricoques, las peras y las manzanas de la cosecha del año fueron directamente a la basura.

Este 2024 empecé a sulfatar ya en el mes de enero pero………...a las primeras de cambio dijo “hasta aquí hemos llegado”. El sistema de bombeo se había estropeado. Intentamos arreglarla pero solo pudimos certificar su defunción.

Leroy tenía varias sulfatadoras a la venta y compramos una que va a batería. Ya no tengo que bombear la presión manualmente. Sólo me ocupo de rociar. Ahora es un placer realizar esta tarea por la comodidad que supone.

Y nos fuimos a la caja a pagar; lo que ocurrió con la cajera es lo que ha motivado este artículo.

La cajera que nos cobró tendría menos de 25 años y vio como a pesar de que mi padre insistía, una y otra vez, en pagar la sulfatadora yo no lo dejaba hasta que terminé saliéndome con la mía. “Vengo a Leroy a comprar una sulfatadora, nos toca la cajera más guapa de toda la tienda y encima mi hijo paga la sulfatadora”. En cuanto escuché a mi padre utilizar la palabra “guapa” para referirse a la cajera – en un tono absolutamente inocente y sin ningún tipo de connotación distinta de la cortesía- me puse en guardia pero mi padre siguió. “Esto es lo bueno de tener hijos, ¿está usted casada?, ¿tiene hijos? Vale la pena, al final terminan hasta regalándole a uno una sulfatadora”. Con una sonrisa forzada, la cajera contestó que sí, que estaba casada, que no tenía hijos y que estudiaba y trabajaba pero yo noté algo raro en ella. Ni estaba casada, ni estudiaba como me reconoció antes irme. No le había dicho la verdad. Pudo no haberlo hecho por desconfianza o por miedo pero me inclino más por la estupidez. ¿Tal vez creyó que un hombre de casi 90 años que venía con su hijo a comprar una sulfatadora podría albergar secretas intenciones libidinosas para con ella? La estupidez se perfila como lo más plausible

Cuando salíamos de Leroy en dirección al coche le dije “tienes que tener cuidado con cómo te diriges hoy a las mujeres porque podías haber salido de aquí escoltado por la Policía”. “¡Pero si no le dije nada!” Tuve que explicarle que los piropos de antaño, no los soeces de pésimo gusto, sino los de halago, los de cumplido sin más, ahora son considerados un insulto grave, un ataque a la dignidad de la mujer que se considera inaceptable y ahí quedó todo.

La semana siguiente me tocó acompañarlo a una extracción de sangre para análisis en el Centro de Salud de Primero de Mayo. Entré con él en la sala por si se mareaba. Una enfermera, más o menos de mi quinta, fue la que lo atendió. Extrajo la sangre perfectamente y cuando mi padre se volvía a poner su rebeca le dijo “Señorita, muchas gracias, ha hecho usted un trabajo magnífico, me ha sacado la sangre de manera excepcional, no me he enterado ni del pinchazo y encima es usted muy guapa”. En su cara noté que la enfermera se había sentido súper halagada con el piropo y con las palabras que le había dedicado mi padre, le dio las gracias y se despidió muy amablemente de él. Inmediatamente me di cuenta que en la edad de la enfermera y en la edad de la cajera de Leroy estaba el quid de la cuestión. La primera se educó sin el pernicioso efecto del feminismo extremista que nos rodea desde hace unos cuantos años.

Comenté todo esto con una compañera del trabajo hace unas semanas y le había ocurrido algo similar con su padre, de casi la misma edad que el mío.

Ayer volví a coincidir con ella en el trabajo. Me contó que este martes pasado había ido con él al Hiperdino de Luis Doreste Silva y que al ir a pagar le dijo a la cajera, otra joven de menos de 25 años, “¡mi niña muchas gracias y qué guapa eres!”. La cajera se sintió ultrajada en lo más profundo de su ser. Exigió la inmediata presencia del encargado del Hiperdino para que tomara cartas en el asunto. Al padre de mi compañera le entró un ataque de ansiedad. Los aspavientos de la humillada cajera  lo habían convertido de golpe, en el centro de todas las miradas de la gente que hacía cola en las otras cajas del supermercado. Su nerviosimo aumentó más aún cuando el encargado, tras la petición de la cajera, tuvo poco menos que interrogar al anciano para que aclarase las ocultas intenciones que podían esconderse tras aquellas palabras, sin duda cargadas de una presunta y pervertida abyección. Mi compañera tuvo que irse del Hiperdino con su padre de más de 80 años, abatido y humillado públicamente por una chiquillaje de veintipico hondamente ofendida porque le dijeron guapa, en el sentido más alejado de cualquier connotación sexual pero........ es esta estigmatización sectaria de los hombres una de las cosas que este  feminismo de hoy insiste en meterle en sus cabezas a las jóvenes de nuestro país. Penoso y lamentable

Y no me extraña leyendo uno de los lemas de una de las manifestaciones previstas para hoy 8 de marzo: "Patriarcado, Genocidios, Privilegios #SeAcabó".



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