30 oct 2023

Cinco días en Tenerife

El viaje a Tenerife fue un completo éxito. No visitaba la isla desde 2008. Estuve entre el 2 y el 6 de octubre. 
 
La realidad era que no tenía ninguna intención de “visitar” Tenerife ni de hacer turismo. Yo lo único que quería eran carreteras distintas para circular con mi nueva moto toda vez que las de Gran Canaria se habían agotado tras haber hecho ocho mil kilómetros en ocho meses. Durante esta semana he hecho lo mismo que hago en casa: disfrutar de la moto parando a hacer fotos en cualquier lado, aprovechando las visitas a los pueblos para entrar en las iglesias, fotografiarlas e incorporarlas a mi catálogo de iglesias de Google. 
 
Quise ir entre semana para evitar a los motoristas domingueros que son un peligro tanto en una isla como en la otra y esto también fue un éxito. Sólo me encontré a un loco en toda la semana. La moto se comportó perfectamente. Es un cañón y creo que si puedo, repetiré la experiencia el año que viene. 
 
Estuve dudando si coger el primer o el segundo barco de la mañana pero al final me decidí por el segundo, el de las 08.30. Teniendo en cuenta que la travesía duraba una hora y cuarenta minutos, llegar a Tenerife sobre las diez de la mañana me pareció lo más adecuado para iniciar el rutómetro elegido. 
 
Sobre las 07.45 y procedente de Tenerife apareció el ferry por la bocana del puerto. Hacía el primer trayecto entre ambas islas. El buque atracó con la ayuda del personal de tierra y empezó a descender el pasaje por un lado y los vehículos por otro. Sin darme cuenta habían entrado en el barco los equipos de limpieza de la naviera para dejarlo nuevamente listo para el siguiente viaje. A las 08.10 empezó nuestro embarque. Primero los vehículos "premium" y acto seguido las motos. La mía y otra más que juraría era una Benelli. 
 
Por precaución -yo no sabía cómo se estibaban las motos en el interior del barco- llevaba una toalla vieja para proteger el depósito de las cinchas con las que presumiblemente iban a fijar mi moto al suelo, pero no hizo falta. El personal del barco se notaba que estaba muy acostumbrado a estas tareas y las cinchas las fijaron al chasis. La tensaron de tal manera que quedó pegada al piso como una roca. El trayecto fue magnífico. El barco no se movió en absoluto.

Y atracamos en el puerto de Tenerife. La capacidad de estiba de mi nueva Honda es igual a cero por lo que todo mi equipaje lo llevaba en una mochila. Me la puse a la espalda, agarré el casco y los guantes y baje a la cubierta del garaje a coger la moto. Calor asfixiante.

Fui hasta el hotel a dejar el equipaje en la consigna. Tengo que reconocer que en mi casa y con la ayuda de los mapas de Google había hecho virtualmente el recorrido desde el muelle de Santa Cruz hasta el hotel tantas veces que llegué a la primera y sin problemas.

Me quedé con la cámara de fotos, dejé todo lo demás y fui a cumplir el primer punto de mi plan: visitar a los compañeros de trabajo que ya me habían advertido, “como vengas a Tenerife y no te pases por las oficinas para ir a desayunar juntos más vale que te prepares”. Y allí me presenté. Me enseñaron las instalaciones, conocí en persona a varios de ellos con los que hablo por teléfono habitualmente pero a los que nunca les había puesto cara y me invitaron a desayunar. 
 
Con el estómago lleno y tras despedirme empecé propiamente el viaje sobre las 11 de la mañana.

Muy pronto me di cuenta que en Tenerife la gente circula a bastante más velocidad que en Gran Canaria y que también se puede conducir a 120 kilómetros por hora en muchos más tramos que aquí. Las carreteras rayan a la misma altura en ambas islas. Tenemos una magnífica red de la que estar orgullosos.

Día 1: El calor era sofocante por lo que pensé que lo mejor sería ir hacia el norte de la isla a ver si el tiempo era más fresco por allí. Craso error 
 
 

Esta primera ruta fue de “tanteo y aproximación”. Muy cómoda y sin muchas curvas porque quería comprobar qué tal me orientaba mirando las señales, si era capaz de llegar a donde realmente quería llegar o como iba el consumo de gasolina y todo fue perfectamente.
 
 
Llegué hasta el municipio de Los Silos, con paradas en los de El Sauzal, La Matanza de Acentejo, Los Realejos, San Juan de la Rambla, Icod de los Vinos y Garachico.  
 
Llegué a mi hotel sobre las 17.30 muerto de sed. Entré en mi habitación y en la nevera solo había agua sin gas. Miré los mapas de Google y tenía un Hiperdino a diez minutos de distancia caminando. “Allí seguro tendrán Agua de Firgas” pensé y salí sobre la marcha. Los diez minutos se convirtieron en veinte, luego en treinta y finalmente en cuarenta. No encontré el Hiperdino. Soy un inútil incapaz de orientarme utilizando el teléfono móvil. Di vueltas y más vueltas por la zona sin resultado alguno. Menos mal que al final encontré un Lidl que vende un agua con gas bastante similar al de Firgas. Volví al hotel, me duché y estuve descansando hasta las ocho y algo que bajé a cenar al restaurante del hotel.  
 
Junto a la habitación había contratado media pensión y este fue otro de los éxitos del viaje. Llegaba tan cansado tras estar todo el día subido en la moto que la posibilidad de tener que salir de nuevo a la calle para buscar un lugar donde cenar habría sido un suplicio. También contraté el servicio de garaje para que la moto no durmiera en la calle.
 
Día 2: Tras un desayuno soberbio me dispuse a ir hasta la punta de Anaga. 
 
 

Salí sobre las diez y media para evitar el tráfico de primera hora cuando la gente va al trabajo y la muchachada al colegio e institutos. El calor seguía siendo agobiante. Ponerme y quitarme el casco, guantes y chaqueta en cada parada era un medio martirio. La camiseta siempre estaba casi completamente mojada.

Quería subir por San Andrés hasta el Parque Rural de Anaga pero aquí me equivoqué por primera vez y terminé al final de un barranco sin salida en el pueblo de Igueste. Tuve que volver sobre mis pasos hasta San Andrés cuando vi que necesitaba repostar. La gasolinera más cercana era una estación Disa a la salida de Santa Cruz. De nuevo hacia atrás, pero una gratísima sorpresa fría me esperaba en la gasolinera:

A partir de aquel momento ya supe dónde encontrar Agua de Firgas.
 
Fue el primer día en el que tiré de acelerador con gusto. La subida desde San Andrés hasta Anaga está plagada de curvas magníficas que hicieron que disfrutara como un enano. La segunda velocidad de la Honda no es de este mundo, -bueno, las otras cinco tampoco- pero hice la subida casi sin cambiar a tercera. Además el calor hacía que las gomas de la moto se agarraran al asfalto como si fuera chicle. Hubo momentos en los que fui muy rápido -siempre dentro de mis limitaciones con la moto ya que aún no la controlo al cien por cien- y otros en los que fui paseando, tumbando en las curvas sin prisas y buscando encuadres y parando a la orilla de la carretera para tirar fotos. La subida que se ve en esta foto fue de las “muy rápidas”. Un verdadero placer. 
 
 
 
Estuve por el Bosque Encantado, por Las Carboneras, por Taborno, Taganana, por Benijo y los Roques de Anaga para terminar bajando por Las Mercedes hacia La Laguna y de allí al hotel donde llegué sobre las cinco y algo de la tarde.

Día 3: Fue el más largo y cansado de todo el viaje. 250 kilómetros

Era el día previsto para subir al Teide y a medio camino estaba cuando volví a ver que tenía poca gasolina. Consulté con Google y no había gasolineras a la vista así que tuve que desviarme de mi ruta en dirección Sur, hacia el municipio de Arafo. Allí reposté en otra estación Disa y después de mi botellita de agua de Firgas de rigor me puse de nuevo en marcha siguiendo hasta Güímar en donde paré a descansar un rato. El calor seguía siendo sofocante y había aparecido la calima. Estuve haciendo fotos de la iglesia del pueblo y tras media hora sentado y refrescándome en una de sus plazas, volví a subirme a la moto con destino al municipio de Arico.

Andaba perdido dando vueltas por Arico cuando me encontré a una pareja de policías municipales a los que pregunté si desde allí podía llegar hasta el Teide, “con esa moto no, por aquí todo son pistas de tierra, pero si bajas a la autopista, llegas a Granadilla de Abona, desde ahí subes a Vilaflor y ya luego estarás en el Teide por Boca Tauce”. Les dí las gracias por la información y antes de arrancar uno de los guindas me dijo con una media sonrisa en la boca “la carretera de Vilaflor al Teide te aseguro que te va a gustar, yo la he hecho con mi moto” y desde luego que me gustó. Fue la segunda vez en la que tiré de acelerador hasta donde sabía. La carretera estaba formidable y no me encontré absolutamente a nadie hasta que giré al Este para llegar a la base del Teide entrando por Boca Tauce. Aquí  la carretera estaba llena de pinocha y de ramas de pino por lo que tuve que extremar la precaución.



Del Teide y siguiendo las recomendaciones de un guía local que estaba allí con un grupo de guiris, llegué hasta Santiago del Teide por otra carretera súper bien asfaltada que solo invitaba a acelerar aunque ya había más tráfico, sobre todo turistas. No llegué hasta el pueblo sino que bajé a la costa para ver los acantilados de Los Gigantes, hice una docena de fotos y ya de allí volví por la autopista hasta Santa Cruz. La autopista del sur chicharrero tiene tramos en los que no se ve el final. Tanto cuando bajé como cuando subí hubo momentos en los que fui a la mayor velocidad a la que había ido nunca en toda mi vida en cualquier vehículo. Por supuesto, la subida hacia el Norte con el viento de frente………..muy poco agradable igual que ocurre en Gran Canaria. Llegué al hotel verdaderamente cansado y con un dolor en las nalgas que nunca había sentido con tal intensidad.


Día 4: Fue el último día de ruta.

Salí del hotel y llegué hasta Punta del Hidalgo. Estuve un buen rato por allí haciendo fotos. El calor seguía sin remitir y por primera vez me entraron ganas de darme un baño en la playa. Paré en la plaza de la iglesia de Tegueste a descansar un rato para continuar luego hasta Tejina y Valle Guerra. 

La mayoría de las iglesias que vi en Tenerife estaban cerradas por lo que no pude hacer tantas fotos como hubiese deseado pero cuando llegué a Valle Guerra en la iglesia se celebraba un entierro. Esperé a que terminara el oficio y cuando entré a hacer fotos tuve, probablemente, el encuentro más agradable y gratificante de mis vacaciones en Tenerife. Por casualidad entablé conversación con uno de los párrocos. Exquisita su cortesía y amabilidad. Me explicó con detalle los orígenes de la iglesia y cómo la Virgen -sin duda una de las más bonitas que he visto- Patrona de Valle Guerra, iría al frente de la celebración de la victoria en la Batalla de Lepanto que libramos contra el turco y que tendría lugar unos días después de mi visita. Luego me presentó a otro de los párrocos algo mayor que él y que al verme con casco y guantes de moto, me dijo "te vas a ir de aquí con la bendición de la Virgen para que te proteja en tu ruta". Y bendecido me fui. La iglesia es una preciosidad. Visita altamente recomendable.


Paré en La Laguna e hice un par de fotos. Su dos iglesias estaban abiertas pero cuando fui a entrar en ellas, un tipo en la puerta me preguntó si era de Tenerife a lo que le contesté negativamente. Luego me preguntó que de qué provincia venía y le comenté que de la de Las Palmas y entonces me dijo que tenía que pagar para entrar. Con la cortesía propia de estas ocasiones lo mandé a tomar por donde descargan los camiones y volví a subirme en la moto para largarme de aquel pueblo. Me pareció lamentable. Es como si nosotros pretendiéramos cobrar a un herreño o a un palmero por entrar en nuestra Catedral o en la Basílica del Pino en Teror. Detestable. Estuve perdido dando vueltas por La Laguna más de una hora buscando como volver a subir a Anaga por Las Mercedes. Al final pude encontrar el camino para terminar bajando ligerito por las curvas que llevan a San Andrés y de allí, hasta Santa Cruz . 
 
Día 5: Me levanté sobre las ocho y media. Ya había dejado la mochila media preparada la noche anterior. Bajé a desayunar al comedor del hotel y tras llenar el estómago volví a la habitación a rematar el cierre del equipaje. Me fui al garaje, me subí en la moto y tiré para el muelle desde donde regresé a Gran Canaria en el ferry de las once de la mañana.

En conclusión todo fue magnífico. Recorrí unos 650 kilómetros en cuatro días. El trayecto en barco perfecto, la vuelta fue quizás un poco movida pero tampoco tanto. La moto genial, las rutas fenomenales, los desayunos y las cenas en el hotel sobresalientes. La gente a la que pregunté en Tenerife por dónde ir o cómo llegar a algún sitio, amabilísima, lástima el incidente de las iglesias laguneras pero por lo demás, intentaré repetir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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