9 nov 2010

Ron Carter Foursight



Llevaba algún tiempo sin asistir a concierto alguno, en gran medida por la ausencia de espectáculos que me resultaran atractivos, pero hace unas semanas, leyendo la prensa me enteré que Ron Carter se dejaba caer por mi ciudad para ofrecer una única actuación, mi primo me llamó para comentármelo y decidí apuntarme.
La verdad es que poco conocía de este contrabajista norteamericano nacido el 4 de mayo de 1937 en Ferndale, Míchigan, que formó parte de uno de los quintetos más potentes de Miles Davis y compartió banda con los más grandes del Jazz como Monk, Hancokc, Bill Evans o Cannonball Adderley, entre otros muchos músicos de renombre similar. El folleto que entregaban a la entrada, señalaba que el nombre de Ron Carter aparecía en más de 2.500 discos.
El concierto tuvo lugar en el Teatro Cuyás el pasado sábado 6 de noviembre. La hora, las 20.30. En mi opinión, la hora perfecta para el inicio de un concierto. Llegamos con media hora de antelación y sobre las 20.15 ya ocupábamos nuestros asientos. Fila 12, asientos 12, 14 y 16. Estábamos en el patio de butacas. La visión del escenario era correcta.
Todavía en el hall de entrada del Cuyás, nos preguntábamos cómo había sido posible que a un músico del prestigio y reconocimiento mundial de Ron Carter no se le hubiese asignado una sala con mejor acústica que la del Teatro Cuyás, la cual, para qué vamos a engañarnos, deja bastante que desear.
El espectáculo comenzó con muy pocos minutos de retraso.
Ron Carter y su banda aparecieron sobre el escenario: la canadiense Renee Rosnes al piano, el norteamericano Payton Crossley a la batería y el puertorriqueño Rolando Morales a la percusión. Ellos luciendo chaqueta y corbata y ella con una elegante chaqueta y pantalón.
Rápidamente cada uno ocupó su sitio y sin ni siquiera presentar a los miembros de la banda, el concierto arrancó. Los temas ejecutados no fueron muchos, pero eran bastante largos. El primero duró casi veinte minutos y el resto no le fue muy a la zaga. Creo que este primer tema, junto con My Funny Valentine, fueron los que más me gustaron del concierto. Sobre todo el primero, en el que tras deleitarnos con la melodía inicial durante unos minutos, se fueron alejando más y más de ella hasta que la olvidé, invadido por el delicado intimismo del piano de Rosnes que hacía ya tiempo que me había hipnotizado. Ron Carter y los suyos despliegan un sonido sobrio y elegante, austero y sin artificio, realzado por la perfecta ejecución que llevan a cabo en directo. En mi opinión, la uniformidad fue la nota predominante de todo el espectáculo. Carter se dirigió al público sólo una vez, pero con un acento tan cerradamente americano, que a duras penas pude entederlo. “Una de las cosas buenas de tener una banda, es que tocas los temas que te gustan” y creo recordar que ahí cayó “My Funny Valentine”
En general salí con buen sabor de boca del Cuyás, pero la acústica, como habíamos temido, falló soberanamente. El contrabajo de Carter se escuchaba muy poco. Tenía que prestar mucha atención para seguirlo con claridad, sobre todo, por culpa de la sección de percusión, que sonaba muy alta y solapaba a todos los instrumentos, con la única y lógica excepción de la batería. Por otro lado, salvo en determinados momentos en los que interpretaron alguna bossa nova, yo podría haber prescindido absolutamente de la percusión. Me despistaba y distraía, me sacaba del ambiente y la atmósfera que piano, batería y contrabajo creaban en la sala.
Todos los miembros de la banda eran virtuosos de sus respectivos instrumentos, pero Renee Rosnes fue la que me encandiló, incluso más que el propio Carter, al que como digo, yo oía mal. La canadiense constituye la columna vertebral de la banda. Con un fraseo soberbio y ágil en ocasiones y pausado y apasionado en otros –My Funny Valentine fue un claro ejemplo de ello-, daba cuerpo y consistencia al sonido del grupo. Magnífica soleando y excelente haciendo los acompañamientos para que Carter, Morales o Crossley ejecutasen sus solos. También me gustó mucho este último. Sutil y delicado manejando las escobillas y contundente y rotundo cuando el tema exigía una presencia más acusada. Se notaba que venía tocando la batería desde que era un niño. Quizás el percusionista fue el que menos me agradó, no porque su técnica desmereciese en lo más mínimo a la de los demás miembros del grupo, sino porque no le encontraba encaje musical en la mayor parte de los temas que interpretaron. Hay que dejar claro sin embargo, que Rolando Morales no es un percusionista cualquiera. Según el folleto que había en la entrada, ha sido, nada menos, que director asistente de la producción Disney “El Rey León”, elegido mejor percusionista del Año 2006 por la revista Drum Beat Magazine. Además, es profesor en el Instituto de música Curtis de Filadelfia y de la Nueva escuela de Jazz y Música Contemporánea de Nueva York. Su par de solos resultaron la prueba palpable de su elevada técnica, pero a mi oído no le cuadró mucho tanta percusión en un concierto que yo presumía sería intimista, envuelto en una atmósfera más propia de pequeño club, casi una especie de concierto de cámara, al que contribuía esa formación de trío clásica compuesta por contrabajo, batería y piano. Tal vez fuese todo consecuencia de la mala sonoridad de la sala.
También me despistó bastante la profusión de solos. El batería se marcó dos, el percusionista otros dos y dos más de contrabajo. El más largo de todos fue uno de los que ejecutó Carter. Creo que esta parte fue la que más cansina se me hizo.
En fin, un espectáculo recomendable. Un buen concierto que mantuvo mi atención durante la mayor parte del tiempo y aunque reconozco que hubo momentos exquisitos y otros que no lo fueron tanto y en los que me vi un poco perdido, me lo pasé muy bien.

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