10 dic 2011

Seis días por Bilbao

La semana pasada, aprovechando el puente de diciembre, me fui con mi mujer a Bilbao. Nunca había estado por esa parte del Norte de España, pero la verdad es que el País Vasco fue nuestro último recurso.

El único requisito previo y obligado era que el vuelo debía ser directo. Si ya viajar de por sí no me vuelve loco, encima tener que hacer escalas, por pequeñas que sean, me resulta insufrible. Así que reconozco que lo intentamos primero con
Sevilla, luego con Santiago, con Santander y hasta con Valencia, pero nada, todas las conexiones paraban en Madrid un fleje de horas antes de partir de nuevo hacia el destino elegido. También miré Amsterdam, Colonia y hasta me llegaron a enviar una oferta para ir a Transilvania en Rumanía, pero los días de los vuelos no coincidían con los que nosotros teníamos disponibles y en esas estaba cuando apareció Bilbao. Vuelo directo en las fechas que nos convenían. Salida a las 8 de la mañana y vuelta, seis días después, a las 10:35. Compré el billete con un mes y pico de antelación.

Tengo que admitir que venimos encantados del País Vasco en general y de Bilbao en particular. ¡Qué ciudad más bonita! Nos quedamos en el hotel NH Deusto, cerca de la parada de tranvía de Ibandoibarra. Toda esta parte de la ría es de una belleza asombrosa. Está diseñada con un gusto exquisito. Nuestro hotel estaba en el márgen izquierdo. Salías a la calle y a los tres minutos estabas ahí, justo a lado. Había que cruzarla todos los días.
Para pasear, precioso. Para hacer deporte......es que...me quedé sin palabras al verlo. Para llevar a los críos a jugar, imponente. En una tienda del centro comercial Zuriarte nos dijeron que toda esa zona era bastante nueva y, desde luego, ¡han hecho un trabajo excepcional!
El color verde inundaba los alrededores

Por esta zona también está el Guggenheim. Entramos a ver la exposición que había en ese momento, pero como era de pintura abstracta, no nos enteramos de nada.
La torre de Iberdrola.....soberbia, no sé ni cuántas fotos le tiré. De noche, toda iluminada, es simplemente espectacular. Aunque se inauguró a principios de este año, parece que aún no funciona a pleno rendimiento.


Los vascos..super amables. Varios que nos vieron como guiris, se nos acercaron, en distinas ocasiones, para preguntarnos "¿Queréis que os haga un foto?". El primer día, trabadísimos con las paradas de tranvía, con el sentido en el que estaba nuestro hotel, si hacia la zona de Atxuri o hacia la de Basurto, se nos plantó uno y nos dijo "¡Qué, ¿perdidos?" En tres minutos nos explicó toda la vaina.

El día anterior a nuestra vuelta buscábamos un restaurante que sirven cochinillo -mi mujer se emperró- por la zona del Guggenheim y en ésas estábamos cuando le preguntamos a una señora ya mayor por si conocía la dirección del dichoso restaurante del cochinillo y casi sin dejarnos terminar nos espetó "Pero vamos a ver ¿vosotros sois de comer o no?, porque a mí es que me encanta comer. Si vais al del cochinillo, comeréis muy bien, pero saldrá caro. Si vais a la Campa de los Ingleses, ahí enfrente, pssst, por quince euros, muy bueno pero.....justitos los platos, ahora si vais al Mesón Lersundi, un poco más adelante, por siete euros...bueno, tenéis un menú para moriros." Juro que jamás he comido un menú tan exquisito como aquel. El cochinillo desapareció de nuestras vidas (menos mal) tan pronto nos sirvieron una especie de potaje con verduras y merluza sabrosísimo de primero, para rematarnos con otro pedazo de merluza rebozada con papas fritas de segundo, que estaba superior. De postre un flan con nata y café. Junto con las dos cervezas, todo salió por 15 euros. Como nos había dicho la señora, "allí os encontraréis comiendo tanto a ejecutivos con chaqueta y corbata como a mecánicos con pantalones manchados de grasa"

Estuvimos por el Casco Viejo donde probamos los famosos pinchos y las rabas, pero preferimos no seguir con ellos para hacer comida sentados. Hemos disfrutado como enanos.
El frío fue lo más que me afectó. Salía a las 9 del hotel con pulover, abrigo y bufanda, pero un malvado aire gélido golpeaba mi cara y orejas sin ninguna consideración. En aquellos momentos, irremediablemente, acudía a mi memoria la visión de los relojes digitales de mi ciudad marcando los maravillosos 22º C que había dejado en casa y que en Bilbao sólo los encuentras dentro de un centro comercial. Y claro, abrigo va, abrigo viene cada vez que entrábamos en uno. La lluvia fue más molesta.

San Sebastián también nos gustó bastante, pero estuvimos sólo unas horas y no pudimos ver mucho aparte de La Concha y la parte vieja. Eso sí nos comimos unas almejas y unas merluzas con cocochas y no sé qué más por la parte vieja ex-qui-si-tas.



La segunda visita la hicimos a Santander. Nada más salir de la estación de guaguas nos vimos de golpe en la Avenida y......nos quedamos alucinados. Cantabria se convirtió en nuestro próximo objetivo, casi allí mismo. Lo que vimos de Santander nos encantó, pero nos ocurrió lo mismo que con San Sebastián. Poco tiempo. Estuvimos caminando un muy buen rato, impresionados con los edificios y mansiones que veíamos. Unas antiguas junto a otras más nuevas, pero todas imponentes.

La escuela de vela estaba ahí
y caminando caminando nos llegamos hasta el Palacio de La Madgdalena. Impresionante. Los jardines preciosos, todo estaba cudidadísimo. Estuvimos un buen rato por allí y eso que hacía un viento del 15 y llovió durante bastante rato, pero nos lo pasamos genial.

Total que nos lo pasamos muy bien, comimos mejor y conocimos una parte de España en la que no habíamos estado antes, pero la visión más placentera de todo el viaje fue ésta



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